El macarra de David me come el culo

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David siempre me había puesto nervioso. Bueno, muy nervioso, y cachondo. No llevaba ni dos días en el instituto cuando lo vi por primera...

David siempre me había puesto nervioso. Bueno, muy nervioso, y cachondo.

No llevaba ni dos días en el instituto cuando lo vi por primera vez. Pertenecía al grupo de malotes, y no, no pasaba desapercibido. No solo era guapo, sino que su altura, su espalda ancha, sus tatuajes, y su fama de rompecorazones, ya era legendaria. 

Su presencia, en sí misma, imponía respeto, pero por si esto no era suficiente, él se encargaba de ganársela a toda costa.

Sí, David tenía fama de agresivo, mal hablado, y su impulsividad para con aquellos que osaran a contravenirlo, provocaron que abandonara el instituto aún siendo muy joven.

Y ahora, gracias al trío con Catalina, donde “accidentalmente” me metí su rabo en la boca, había conseguido que me follara en los baños de la discoteca, y luego que me lo follara yo en mi casa.

Después de semanas sin saber de él, sin que me devolviera las llamadas, hoy, sentado en la cama dónde lo había poseído con mi polla, escuchaba su voz a través del contestador.

   — Hola—dijo con tono seco. Luego hubo una pausa y un carraspeo—. ¿James?—añadió con un tono de voz casi susurrante, y terminó con otro carraspeo—. Hola James. Soy David—y una pausa lenta y silenciosa se apoderó de la línea. Entonces colgó.

Pero el siguiente mensaje también era suyo.

   — Oye, James—y otro silencio protagonizó los siguientes segundos—. Verás, tío—volvió a pausar—. ¿Todo bien? ¡Llámame!

Y colgó.

Paralizado, con el móvil en las manos, podía sentir una ráfaga de nervios apoderarse de mis piernas y mi estómago. David me había llamado. David quería hablar conmigo.

Pero… ¿Qué le iba a decir?

Llevé el dedo hasta el teclado que marcaba su número y sin un plan pulsé la tecla que me llevaría a escuchar su voz.

   — ¿James?
   — Hola—dije tras unos segundos impedido para formular una palabra.
   — ¿Qué pasa, loco?

Sonreí, callado y nervioso.

   — Hola, tío.

David también estaba parco en palabras. Los silencios incómodos por parte de ambos protagonizaban la conversación.

   — ¿Qué haces, tío?
   — En casa—dije realmente incapaz de conseguir iniciar una conversación fluida.
   — ¿Te recojo y damos una vuelta?
   — Sí… Sí, claro. Ok, venga. ¿Ahora?

David rió.

   — Por ejemplo… O no sé, ¿te viene bien?
   — Sí, sí, claro. Ok. Ahora.
   — Vale. ¿En quince minutos?
   — Hecho.

Nervioso, muy nervioso, todavía no conseguía creerme que fuera a quedar con David en un rato. El pulso me había pasado de cero a cien en un segundo cuando la llamada empezó a dar señal, y ahora, ahora había pasado de cien a mil en menos tiempo.

Pero era de noche, las once y diez para ser exactos, y mis padres mantenían el arresto domiciliario. Que me hubiese “escapado” de casa esta mañana para ir a correr, volviendo a mediodía gracias a mis encuentros con el runner, no ayudaba a ganarme la confianza de mis progenitores.

Sí, tendría que escaparme, sigilosamente, aprovechando que dormían.

David me esperaba en su coche. Oculto por una gorra blanca y barba de dos días, sus ojos me escanearon de arriba abajo mientras llegaba hasta él, y con una tímida sonrisa por su parte, me pude dar por saludado.

   — ¿Dónde vamos?—dijo poniendo el coche en marcha.
   — Me da igual—respondí con un nudo en el estómago.

Estaba guapo, realmente guapo, más de lo que recordaba.

No sabía qué decir, a dónde mirar, qué hacer. Paralizado, David me tenía paralizado.

   — ¿Todo bien?
   — Sí—respondió. Luego hizo una pausa—. ¿Te enteraste? Estoy con Catalina.

Nunca fumaba sin que una copa me acompañara, pero necesitaba un cigarro. Sí, necesitaba un cigarro. 

   — Ah, no sabía nada.
   — Sí, llevamos una semana.
   — Ah—dije sin saber qué contestar a eso. Sorprendido, estaba muy sorprendido—. Se os echó de menos la otra noche.

David sonrió.

   — Pedazo de fiesta te metiste, loco. Tenías a todo el mundo preocupado. ¿Has hablado con Lara?
   — ¿Lara? No, ¿y tú?
   — Solo al día siguiente. Me llamó por si sabía algo de ti.
   — ¿Solo eso?
   — Sí, ¿por qué?
   — No, nada. Me encontré con unos colegas del gym y nos fuimos de after.
   — ¡Qué cabrón!

No sabía nada. Lara no le había dicho nada. ¿Me habría guardado el secreto?

Habíamos llegado a un descampado famoso por su oscuridad y sus magníficas vistas a la ciudad. No había nadie. Solo nosotros. Era el lugar perfecto para que las parejas practicaran sexo, o los amigos fumaran porros. Pero… ¿Para qué estaríamos nosotros aquí?

David me excitaba, y el lugar, el lugar me la ponía dura por defecto.

   — ¡Qué marrón lo de mi casa!—dije obligado a romper el hielo.
   — ¡Joder tío! ¿Tus viejos qué dijeron?
   — No se lo tomaron muy bien, pero ya está olvidado—mentí, pero David sonrió con cierto alivio.
   — Menos mal. Pensaba que se iba a enterar todo el mundo.
   — ¡Qué va! Puedes estar tranquilo.
   — Pero a tu casa no vuelvo, eh.

Reímos.

   — No, en mi casa no. Mejor buscamos otro sitio.
   — ¿Otro sitio para qué?—dijo arqueando las cejas. 

Sonreí.

   — Loco, yo no soy bujarrón, eh—agregó mostrándose serio, y preocupado.
   — No, no. Ni yo. Pero, ¿lo pasamos bien, no?

Asintió mientras se encendía un porro. Luego le dio varias caladas mirando al horizonte, callado.

   — No quiero problemas, James. Quería hablar contigo… porque… cómo se entere alguien—y zanjó la frase mordiéndose los labios, pero no de excitación, sino de rabia.

Me intimidó.

   — ¿Estás loco o qué? Lo que pasa aquí se queda aquí.
   — Eso espero.
   — ¿Te lo vas a fumar todo?

Reímos.

Le di par de caladas y se lo devolví.

   — Tiene que molar que te la chupen mientras fumas.

Necesitaba provocarlo. No podía permitir que mi relación con David pasara a una simple amistad.

   — ¡Joder! ¡Pues sí!

Y mi mano, conducida por mis instintos, se arriesgó a ir en busca de su rabo grueso de veintiún centímetros. Su chándal blanco facilitaba el encuentro. Sí, su pollón estaba ahí, esperando por mi mano, en reposo, aunque no tardó en empezar a crecer.

Lentamente recorrí su polla con los dedos. Luego sus pelotas. Y su rabo seguía creciendo, dejando un llamativo bulto en el chándal que obligaba a descubrirlo. 

Cachondo, me dispuse a sacarle el rabazo, pero David me miró, y sin esperarlo, se acercó despacio, muy despacio, a mi boca. Entonces sus gruesos labios se hicieron con los míos, y su lengua, su lengua se introdujo en busca de mi lengua.

Tierno y pasional, David me comía la boca mientras mi mano acariciaba su pollón después de haber atravesado el chándal y los calzoncillos. Sí, mi mano tocaba su polla, una rígida y gruesa polla de piel suave y prepucio deslizante que me enloquecía. 

¡Nunca nos habíamos besado! Y me estaba encantando cómo lo hacía. 

   — ¿Vamos para atrás?

Asentí con una erección de caballo.

Se quitó la gorra, la camisa, y se bajó el chándal y los calzoncillos antes de lanzarse nuevamente hacia mi boca. Mi mano recorría sus pectorales, su estómago liso, y bajaba en busca de su rabo gordo y venoso.

Lo empecé a masturbar.

Sus gruesos labios insistían en comerme la boca mientras su lengua se hacía con el control de mi lengua. Luego sus manos buscaron mi paquete, y sin dejar de besarme, y sin que mi mano dejara de pajear su rabo, me desabrochó los vaqueros y sacó a la fiera.

   — Me pones mucho, James—susurró devolviendo su boca a mi boca.

Entonces me quitó la camisa, me terminó de bajar los pantalones, y antes de dirigirse a mi polla, me devoró la boca.

Cachondo, me tenía muy cachondo. Sus gruesos labios succionaban mi rabo sin ningún control, como si llevara tiempo deseando metérselo en la boca, como si no fuese a tener otra oportunidad para hacerlo.

Gemía, gemía como un loco.

   — ¡Vas a flipar!—dijo con mi rabo en su mano, a un centímetro de su boca.

Y su lengua… su lengua comenzó a deslizarse suavemente por todo mi rabo hasta llegar a mis pelotas, y mientras creía que me las iba a lamer con el mismo deseo que lamía mi capullo, su lengua continuó bajando hasta alcanzar mi culo. Entonces sus manos levantaron mis piernas, y tumbándome en los asientos, su lengua comenzó a follarme el culo con la misma intensidad que antes me comía la boca. 

Cuando mis piernas estaban cómo él quería, su mano agarró mi rabo y empezó a meneármelo con fuerza sin sacar su lengua de mi agujero.

Gemía, solo gemía. Más y más, y cada vez más.

   — ¡Para tío! ¡Para, no me quiero correr!—rogué jadeante, quedándome poco a poco exhausto de placer.

Pero David no paró, sino que continuó metiéndome la lengua más y más adentro, todo lo que podía, sin dejar de pajearme con fuerza, hasta que incapaz de resistirme, exploté toda mi lefa con un grito.

Cuando mi rabo dejó de sacar leche, David dejó de comerme el culo. Pero su mano seguía agarrándome la polla, y ahora, con su lengua y sus gruesos y morbosos labios, se dirigió a lamerme toda la lefa derramada.

Oh, sí. Primero se lamió su propia mano manchada. Después se comió mi rabo, y por último, por último su lengua recorrió mi cuerpo limpiando hasta la última gota de semen.

“Vas a flipar” Dijo, y flipé, pero más iba a flipar él con lo que le esperaba.

Y tanto que iba a flipar.

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El Diario Sexual de James: El macarra de David me come el culo
El macarra de David me come el culo
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