Seduciendo a un runner

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Había llegado al faro abandonado. Pocos runner llegaban hasta aquí, bueno, en general poca gente. Era la zona ideal que frecuentaban much...

Había llegado al faro abandonado. Pocos runner llegaban hasta aquí, bueno, en general poca gente. Era la zona ideal que frecuentaban muchos pescadores a partir del atardecer, cuando la oscuridad les permitía ocultarse de la policía portuaria. 

De día, solo algunos deportistas motivados conseguían adentrarse. Había que recorrer unos tres kilómetros para poder disfrutar de un lugar íntimo y privilegiado rodeado del mar y alejado del bullicio de la ciudad.

Yo buscaba perderme.

Había aprovechado la ausencia de mis padres para saltarme el castigo y salir un rato a correr. Después de dos días encerrado en casa necesitaba sentir el sol en la cara, o me volvería loco.

Todavía seguía con el móvil apagado. Sí, llámame cobarde, pero me acojonaba recibir la llamada de cualquiera de mis amigos.
Todos se habían enterado de mi desaparición. Mis padres habían llamado a cada uno de los que habían salido de fiesta conmigo cuando veían que pasaban las horas y yo no llegaba. Si bien me había ahorrado dar explicaciones en casa gracias a la paliza que me dieron, con los colegas no tendría esa misma suerte. Siempre y cuando siguiera teniendo colegas, claro. 

Lara se habría encargado de expulsarme del armario de una patada, probablemente minutos después de que le contara que era maricón. 
En fin, tenía tanto miedo a encender el móvil y encontrarme con sus reacciones como a que no me llegara ni una sola llamada perdida.

Tampoco sabía nada de Khaled.

Por entonces pensaba que quizá, las únicas noticias que recibiera en mi móvil serían las suyas. Pero no. Cuando por fin me animé a encenderlo el único que no había dado señales de vida era él.

Necesitaba pensar.

Por un lado la alegría me envolvía. Había pasado casi veinticuatro horas con Khaled. Sí, lo sé, no fueron tantas, pero si contábamos los ratos que pasé en el baño de la discoteca, más luego en su casa, podría decir que había pasado casi un día a su lado, con su polla dentro de mi boca y mi culo.

Pero por otro lado tenía tanto en lo que preocuparme que todo lo bueno que había vivido con Khaled, por momentos, se esfumaba como si no hubiese tenido importancia.

¿De verdad tiene que pesar más lo malo que lo bueno?

Llegué al faro prácticamente bañado en sudor, y acompañado por una pequeña botella de agua, me senté sobre una roca a contemplar el horizonte. Las ganas de desnudarme y lanzarme al agua eran muy tentadoras. Ya creo que sí, pero nadar lejos de la orilla, en mar abierto, en una zona prohibida, me resultaba tan extraño como peligroso.

Desistí, pero tuve que quitarme la camisa. Ya serían cerca de las doce de mediodía, y el sol apretaba con fuerza.

¿Y si bajo y me mojo la cabeza y  la nuca?

Sentir el agua fría terminó por motivarme. 

Rápido, sin pensar en nada, me descalcé, me bajé los pantalones y los calzoncillos, y tal y como había llegado a este mundo, me lancé al agua.

El frío océano del Atlántico me recibió con las manos abiertas, y nadé, nadé unos metros disfrutando de la libertad que sentían mis pelotas estando desnudas dentro del mar.

Excitante, estaba siendo muy excitante. El rabo en reposo se movía ligeramente con el movimiento: todo en mí era libre, muy libre. Y me habría quedado más tiempo, incluso había pensado en tocarme y expulsar mi leche en medio del mar, pero no veía el fondo. En su lugar, la oscuridad de metros y metros de profundidad conseguían intimidarme.

Cuando salí, sintiéndome nuevo y renacido, y con la fiera en estado morcillón, fui sorprendido por un runner que hacía estiramientos con vistas directas a mi cuerpo desnudo.

Vestido con mallas negras ajustadas y gafas de sol, el hombre que rondaría los treinta años quedó, en un primer momento, más intimidado que yo. Nervioso, se le notaba nervioso. Imagino que no pensaría encontrarse con nadie saliendo desnudo del agua.

   — An…Anda ¡Tú sí qu… tú sí que sabes!

Sonreí, sonrojado.

   — Mucho calor—dije sin saber muy bien dónde meterme.

Estar medio empalmado era lo que de verdad me estaba dando vergüenza. 

   — Sí, sí, mucho calor.

Sus gafas de sol negras me impedían conocer con certeza si me estaría mirando el rabo. 

Intimidado, me quedé quieto, sin saber qué hacer. 

Mientras tanto el runner se dio la vuelta y continuó con sus estiramientos. Ya no miraba para mí, pero tampoco se iba. Ahora tenía vistas a su marcado culo, uno insinuante y voluminoso que provocaba que la fiera se pusiera más y más dura.

“Deja de mirar, James. Deja de pensar”

Dándole la espalda volví a mirar hacia el horizonte. Mi rabo no me hacía ni puto caso, y estaba siendo un marronazo estar ahí, mirándole el culo, empalmado.

Pero cuando tienes la sangre concentrada en el capullo, poco puedes pensar ya. 

Preso de mis instintos, iba echando un vistazo tras otro hacia el runner deseando que él también me estuviera mirando. Pero no, él seguía concentrado en sus estiramientos.

No había nadie cerca. Solo algún que otro barco que pasaba en una u otra dirección, y mi mente empezó a reproducir un sinfín de escenas sexuales qué protagonizar con él impidiendo que mi polla se relajara.

¡Joder! Estaba muy cachondo y… ¡Y el runner no me miraba!

Y si… 

Y si… 

¿Y si tomo asiento sobre la roca y me toco un pajote?

Mi fiera palpitó con la idea. Sí, estaba de acuerdo con mi cabeza. Podría tocarme. Nadie podría verme. Nadie. Solo el runner si, de repente, volviera a hacer sus estiramientos mirando para mí.

Pero seguía estando en una zona prohibida, a plena luz del sol. Continuar en pelotas, por mucho que me estuviera gustando la experiencia, era arriesgar demasiado.
¿Y si llegaba más gente? ¿Y si venía la policía?

Entonces me acerqué a por mi ropa y me vestí. Tener una polla empalmada de 22.5 centímetros no caza con llevar bermudas cortas. No, me estaba resultando imposible esconder a la fiera. Pero ya estaba vestido, y el runner volvió la mirada para mí.

Le sonreí.

Mientras me ataba los cordones de las deportivas me fijé en su postura sospechosa. No solo llevaba más de diez minutos practicando los mismos ejercicios de estiramiento, sino que su paquete… oh, sí, su paquete estaba contento como el mío.

Me puse nervioso.

El runner parecía tímido, muy tímido, además de heterosexual. ¿Querría algo conmigo? 

¡Necesitaba comprobarlo!

Cruce los dos metros de tierra que había para llegar al faro. Él me siguió con la mirada mientras acomodó su pollón. Luego echó la vista hacia atrás, comprobando que seguía sin venir nadie. Tampoco estaban pasando barcos.

Me saqué la polla.

No quise mirarlo para que no se sintiera intimidado, pero el corazón me latía a toda velocidad, y las ganas de averiguar si mis intenciones estaban teniendo éxito provocaban que mi rabo no solo palpitara, sino que el precum empezara a brotar, transparente y pegajoso. 

Cachondo, muy cachondo, empecé a juguetear con el prepucio. Lo deslizaba de arriba abajo usando el precum como lubricante. Oh sí, el cabezón hinchado también brillaba. Entonces no me pude resistir, y clavando la mirada en el runner empecé a menearme la polla suavemente. Sus ojos no se apartaban de mi polla.

Sonreí.

   — ¡Vente! No hay nadie—dije comprobando que era cierto.

Él volvió a mirar en todas las direcciones, nervioso, con la mano en su paquete.

   — Ven—insistí.

Y vino.

Despacio, muy despacio, empezó a acercarse, no sin antes comprobar una y otra vez que realmente estábamos solos. Cuando llegó hasta mí se detuvo a una distancia prudencial, y mientras volvía la mirada hacia atrás, hacia adelante y hacia los lados, mi mano ya estaba agarrando su polla.

Es fascinante cuando tocas un rabo diferente por primera vez. Intuyes el tamaño, el grosor, la forma, y la excitación por descubrirlo es máxima.

Mi presa estaba nerviosa, muy nerviosa, pero se dejaba hacer.

Cachondo, le saqué la polla. Un bonito y perfecto rabo largo, delgado y sin circuncidar que imaginé adaptándose a mi culo sin problemas. Iba depilado, completamente depilado, y sus pelotas, exageradamente grandes, podrían rebotar con cada embestida. Moreno, guapo y sin barba, sus labios delgados debían chuparla de cojones.

   — Nunca he hecho esto, tío—dijo volviendo la mirada en busca de alguien.

Con su polla en mi mano, me acuclillé ansioso por llevármela a la boca. Y lo hice, claro que lo hice. Primero y antes de metérmela, le pasé la lengua, lamiendo todo su capullo, captando el aroma y el sabor de un rabo sudado y en forma. Me excitó tanto que tuve que metérmela rápido en la boca, y no llevaría ni dos minutos chupando cuando el hijo de puta se corrió mientras me agarraba de la cabeza para que no me la sacara.

¡Jadeó como nadie!

   — ¡Joder, lo siento!
   — Tranquilo.

Me agarré de la polla y lo miré. 

Entonces se acuclilló ante mi rabo comprobando primero que no venía nadie. Luego miró mi pollón con gran fascinación, y cachondo, muy cachondo, se la metió en la boca con mucho apetito.
Me sujeté de su cabeza y empecé a follarme su boquita mientras el runner se dejaba hacer. Quería ordenarle que se pusiera en pié, que se diera la vuelta y me diera su culito, pero a lo lejos podía ver un coche de policía. En menos de tres minutos podrían estar aquí.

Oh, sí, pensar que tenía que terminar ya o nos pillaban me volvió loco, y embistiendo su boca una y otra vez, una y otra vez, le peté la boca de leche.

Cuando se sacó mi rabo de la boca, el runner sonrió.

   — Me pones muchísimo—dijo. ¿Repetimos?

Y su rabo volvía a estar tan alzado como al principio.

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El Diario Sexual de James: Seduciendo a un runner
Seduciendo a un runner
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