Desperté sobresaltado, con la sensación de caerme de la cama, aunque en realidad ni siquiera era la mía… Pero… Pero... ¿Dónde c...
Pero…
Pero...
¿Dónde cojones estaba?
Me dolía la cabeza, bueno, la cabeza y el cuerpo. Resacado, mi cuerpo parecía haber sobrevivido a una estampida de elefantes que no conforme con pisarme se habían chocado contra mí, primero uno, luego otro, después toda la manada. Estaba cansado, lo suficiente para poder pasarme dos días en cama sin comer, sin mear, hasta sin follar, pero no podía dormir, los recuerdos vagos de anoche me aturdían.
Khaled me había dejado tirado como una colilla después de reventarme la boca a pollazos. Sin embargo volvió. Supongo que vendría a echarse la última meada de la noche cuando me encontró donde me había dejado. Ya no estaba vomitando, pero me dominaba una sensación de peso sobre los hombros que me impedía dar un paso. Imagino que levantarme y salir de aquel baño implicaba ir directo a enfrentarme con una realidad injusta y dolorosa.
Injusta porque nadie debe sentir miedo de decir quién es.
Dolorosa porque me sentí doblemente despreciado.
— ¡Vamos!
— Que te den, tío.
— ¡Levanta!
— Paso.
— ¡Levanta, James!
Pero no le hice caso. Prefería seguir tirado en el váter rodeado de vómitos y meadas, que irme con Khaled o con cualquiera. Entonces me levantó a la fuerza.
— Tío, en serio, que voy bien.
Y me condujo a echarme agua en la cara, luego me dejó prácticamente mojado de arriba abajo.
— ¡Cojones! ¡Qué no voy pedo, coño!
— ¡Mírate! ¡Mírate!—ordenó obligándome a mirarme en el espejo.
Pálido, ojeroso, despeinado. Sí, no tenía buena cara, la verdad, pero no iba colocado al nivel de necesitar su ayuda, bueno, ni la de nadie.
— Yo me follaría—dije entre risas.
— Y yo—susurró a mi oído escapando de todos cuántos entraban y salían del baño.
Su tono de voz, su discreción, él, todo me excitó muchísimo.
El juego de palabras, gestos y miradas terminó ahí.
Me acompañó a la pista para que buscara a mis colegas y se volvió con su novia, pero no vi a nadie.
Quedaba menos de media hora para que cerrara la discoteca y solo tenía cinco euros para el taxi de vuelta. Quería seguir bebiendo, retrasar el momento de ir camino a la realidad.
Sabía que mañana empezaría a pagar las consecuencias de mi sinceridad. Sí, mañana todos sabrían que James…
¡Que James era un puto maricón de mierda!
No, no quería que la noche terminara.
Me dirigí a la barra y volví a pedirme tres chupitos de tequila, y usando el mismo proceso de beber rápido no tardé en colocarme. Ya no tenía ni un céntimo para volver a casa, pero el alcohol no solo me había sacado una sonrisa sino que había provocado una sensación de bienestar que bien valía la pena volver a casa caminando.
Cuando las luces se encendieron y la música se apagó, yo ya estaba fuera, fumándome un cigarro, y de camino a la discoteca de ambiente. Posiblemente también estaría cerrada, pero en ese momento me pareció mejor idea que volver a casa caminando. Sin embargo volví a encontrarme con el señor mayor de los mil euros.
— Vamos, pequeñín. Estos cien euros pueden ser tuyos—dijo enseñándome dos billetes de cincuenta.
Reí.
— ¡Joder! ¿No eran mil?
— Venga. Podemos pasarlo bien. Tengo coca y ron.
— No, gracias—intenté seguir mi camino, pero me agarró de la mano.
— Vamos, ven.
— Que no quiero, ¡suéltame!
— Venga, te llevo a casa—decía mientras, agarrándome por el brazo, forzaba que lo siguiera.
Era mayor, muy mayor. Incluso parecía débil y vulnerable, sin embargo yo debía estar tan borracho que me sorprendió su fuerza. Sí, también me asustó.
— ¡Suéltame viejo! ¡Suéltame!—grité, me moví, y hasta que no me soltó, no me estuve quieto—. ¡Puto viejo de mierda!
— No grites, pequeñín. Vamos a casa, venga.
— ¡Que te follen viejo!
Me di la vuelta e intenté caminar, pero su mano volvió a agarrarme del brazo.
— Vamos, te doy los mil euros, pero vamos.
Mareado y aturdido, los tequilas me habían sentado fatal. No, no había sido buena idea tomármelos seguidos y con la barriga vacía. Incapaz de reaccionar, me vi vomitando en medio de la calle, mientras el viejo insistía en llevarme a casa.
Y ya no recuerdo qué pasó después.
Escuché gritos. Estuve en un coche. Me estremecí con el agua fría que bañaba mi cuerpo desnudo.
Y ahora despertaba en una cama individual, en una habitación sin más muebles que una silla de madera. De paredes blancas y suelo negro, la habitación tenía la puerta cerrada y una ventana abierta con vistas a un descampado.
¿Dónde estaba?
Desnudo, sin rastro de mis calzoncillos y mi ropa, empecé a sentirme tenso, nervioso y asustado. Mi móvil, mi cartera, mis cigarros, nada estaba a mi alcance. ¿Las llaves de mi casa? ¡Joder! Las tenía Lara en su bolso.
Salvo el ruido de unos disparos procedentes de la televisión, todo lo demás era silencio, uno desconcertante y aterrador. Volví a mirar por la habitación en busca de algo que sirviera para defenderme, ¿y si la puerta estaba cerrada con llave?
Resacado, acojonado y desnudo, me aventuré a descubrir qué estaba pasando. Primero intenté oír a través de la puerta. Luego me armé de valor y la abrí.
— ¿Provocando desde por la mañana, James?
— ¡Joder tío, qué susto!—sonrió mientras me miraba la polla.
— Tu ropa se está secando. Luego te llevo a casa. ¿Quieres comer algo?
Y ahí estaba Khaled, sentado en calzoncillos, jugando a matar zombis.
— ¿Qué pasó anoche?—pregunté poniéndome a su lado, de pié, mirando la televisión.
Pero sus ojos volvieron a mi rabo. Entonces pausó el juego, llevó su mano a mi polla, y sin tiempo a entrar en erección, se la metió en la boca. Despacio, muy despacio, sus labios jugaron con mi prepucio. Su lengua bordeó mi capullo, y ya mi rabo crecía excitado dentro de su boca.
Incrédulo pero cachondo, observaba cómo Khaled disfrutaba de mi polla mientras con sus fuertes manos acariciaba mi abdomen desnudo, mi pubis, mis pelotas, y mis muslos, en una sintonía lenta y calmada que provocaba que mi polla palpitara amenazando con expulsar la leche.
¡Joder! Estaba con Khaled, en su casa, solos, y con mi rabo en su boca.
La resaca, el malestar general, y la incertidumbre de una noche loca desaparecieron por completo. Solos él, su boca, sus manos y mi polla. Oh, sí, su boca y mi polla.
Evitando correrme intenté sacársela, dirigirme a su polla y aprovechar la casa para comérmelo entero, pero Khaled no me dejó. Me quería en pié, desnudo, con mis 22.5 cm de carne dura dentro de su boca.
Lentamente empezó a meneármela mientras sus labios succionaban la punta. Podía sentir su juguetona lengua rodearme la polla como no queriendo dejar escapar ni un solo centímetro. La quería entera. Sí, entera.
Excitado, Khaled agarró mi rabo con fuerza y comenzó a darse suaves pollazos en la lengua y en los labios. Luego se la metió, y atrapando mi rabo con los labios, mi polla se introdujo cada vez más en su boca.
Tranquilo, sin prisa y con todo el tiempo del mundo, sus labios se encargaban de ocultar mi pollón. Sí, cada vez tenía la polla más dentro, al menos todo lo dentro que podía llegar. Su garganta… su garganta tenía un límite, y mediante una arcada que provocó que se la sacara entera lo descubrimos.
Pero él seguía, seguía intentando tragarse mi polla.
Deleitándose con cada segundo que pasaba, me tenía sumergido en un puto trance orgásmico que solo tenía una dirección.
Sí, no quería correrme, pero no aguantaba más.
— Para. ¡Para, Khaled! ¡Joder, me corro!
Pero Khaled no hacía caso a mis advertencias, y sin cambiar el ritmo de su pasional mamada continuó chupando hasta que, sin aguantar más, expulsé toda mi lefa dentro de su boca mediante un gemido largo que amenazaba con dejarme exhausto y paralizado.
Y no, Khaled no se detuvo. Siguió mamando y tragando, mamando y tragando, hasta que mi polla hizo el amago de perder la rigidez volviendo enseguida a alzarse dura, dura como una puta roca.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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