Cazando al cazador

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Imaginar un ingreso de mil euros con diecisiete años y a días de comenzar las vacaciones suponía soñar demasiado. Podría comprar m...


Imaginar un ingreso de mil euros con diecisiete años y a días de comenzar las vacaciones suponía soñar demasiado. Podría comprar muchos caprichos, pero sobre todo, podría disfrutar del verano a tope.

Incluso había pensado en aprovechar la delicada circunstancia por la que pasábamos en casa desde que me pillaron follando para forzar unos días de libertad absoluta. Sí, podría provocar una discusión y escaparme de casa. ¿Qué joven adolescente no lo ha pensado nunca? Yo podría, podría con esos mil euros. Solo con un polvo de unos minutos ya tendría el pasaporte para hacer lo que quisiera durante el tiempo que me durara el dinero.

Soñando como un pureta cuando compra lotería, salí de la discoteca fantaseando con los mil euros del puto viejo. Le había dicho que no. Un no rotundo y sin titubeos. Un no ofendido por creer que su dinero podría comprar un rato conmigo, comprar el derecho a tocar mi cuerpo.

Me gusta el sexo, el morbo, disfrutar de las bocas, los culos y las pollas de tíos que ni conozco, ni sé sus nombres, y con un poco de suerte, ni volveré a ver en la vida. Pero a todos ellos los elijo. No, mi cuerpo no está en venta. Tampoco tengo nada en contra de quiénes lo hacen, pero yo, James, no follo por dinero.

Directo a la discoteca donde estaban mis colegas me encendí un cigarro por el camino mientras pensaba en algo qué decir. Me había perdido durante cuatro horas. Tocaba dar explicaciones, sobre todo a Lara. Y tenía un plan, una invención que iba repitiendo en mi cabeza una y otra vez hasta hacerla real, pero en cuanto entré y lo vi, mi mente quedó en blanco.

Paralizado, incapaz de articular un movimiento, una palabra, o un simple gesto, me mantuve quieto, observando cómo Khaled se besaba con una rubia despampanante.

Pero, ¿era Khaled?

          — ¡Joder, James! Ya te vale. ¿Dónde has estado toda la noche? ¿Ves normal desaparecer sin decir nada?
          — Perdona, Lara. Es que…—y mi mente puso el modo avión para no gastar más recursos de los necesarios para observar a Khaled.

Sí, era Khaled. Estaba ahí, con un grupo de amigos y lo que parecía ser su novia.

¡Joder, tenía novia!

Odio reconocerlo, pero en ese momento algo en mí se rompió. Y no. No estaba enamorado. No sé qué fue, qué pasó, ni siquiera sé el por qué, pero me dolió verlo.

          — ¿Qué pasa contigo, James? ¿Por qué me tratas así?
          — Joder, Lara. No llores, tía.

Pero Lara salió de la discoteca con las lágrimas en los ojos, y aunque mi primer y único impulso debería haber sido ir tras ella, me mantuve quieto, observando a Khaled, al menos fue así durante segundos, quizá un minuto. Luego fui tras Lara odiando que por su culpa ya no tuviera a Khaled ante mis ojos.

          — Vete a la mierda, James.
          — Pero Lara…
          — Que te den, tío, en serio.
          — ¡Joder tía! ¿Qué, qué pasa?
          — ¿Por qué me llamaste? ¿Por qué querías que viniéramos juntos? Desde la fiesta en casa de Cata apenas me has hablado. Deja de jugar conmigo, James.

Lara me había entregado su virginidad en aquella fiesta. Había intentado por todos los medios tener algo conmigo mientras yo ni pensaba en ella. La he usado, la he usado siempre. Primero para el sexo, ahora para guardar las apariencias.

          — Lo siento. Lo siento mucho, Lara.
          — Pero… pero ¿por qué, James? ¿Por qué a veces parece que te intereso, y a veces no? ¿Qué hago mal?
          — Nada. No haces nada mal. Eres guapa, inteligente, simpática…
          — ¿Entonces?
          — No eres tú, Lara, pero… ¡Joder! Pero…
          — ¿Pero, qué, James?—gritó, enfadada.
          — ¡Me gustan los tíos, joder!

Nunca lo había dicho, y reconocerlo en voz alta me produjo una sensación de alivio y libertad que no había sentido antes. También de miedo, mucho miedo, y vergüenza. Arrepentido por escuchar esas palabras salir de mi boca deseé retroceder en el tiempo y no hacerlo, pero no pude, ya estaba hecho.

Lara dejó de llorar. Su rostro quedó descuadrado, incrédulo, mientras me miraba de arriba abajo como si, de repente, ya no me conociera.

          — ¿Qué?—agregó, paralizada—. No… no… ¡Pero no puede ser!

Me quedé callado, pensando en cómo darle la vuelta, pensando en arreglarlo.

          — ¡Joder, te van los tíos!

Lara dio una vuelta sobre sí misma intentando entender mis palabras. Aturdida, estaba aturdida, y yo, yo en silencio, maldiciendo mi momento de sinceridad.

          — ¿Esto es verdad, James?

No supe qué responder. Igual podría haber dicho que no, que se trataba de una broma, pero estaba bloqueado, sin saber qué hacer o qué decir. Solo pensaba en regresar a cincos minutos antes.

          — ¡Joder! ¡Respóndeme, James! ¡Respóndeme!—gritó atrayendo la atención de los que estaban cerca.
          — Sí, ¡joder! Pero no digas nada, por favor, no digas nada. Nadie lo sabe, Lara.
          — No, no puedo creerlo. ¿Tú un puto maricón? No, no puedo creerlo.
          — Lo siento, Lara.
          — ¡Qué asco, tío! ¡Qué asco me das!

Y se fue.

Había firmado mi sentencia de muerte. Sería cuestión de tiempo que Lara lo contara, y el grupo, el grupo me repudiara. Primero ellos, luego mis conocidos, más tarde, incluso los desconocidos. Se acercaba la hora de pagar las consecuencias. No, ser gay no estaba bien visto: ya lo decía mi madre.

Furioso y asustado, volví a la discoteca. Quería emborracharme, tal vez perder el sentido, pero no tenía suficiente dinero.

          — Tres chupitos de tequila—pedí en la barra.

Y los tres, de uno en uno y sin tiempo de por medio, me los bebí de un trago. Cutre pero rápido, era la única forma de colocarme en cuestión de segundos. Y lo estaba, claro que lo estaba. Sin embargo los tequilas no habían conseguido que olvidara lo ocurrido con Lara. Tampoco que dejara de preocuparme por todo lo que estaba por llegar.

Busqué a Khaled y esperé a que fuera a los baños para ir tras él. Luego lo abordé en uno de los cuartos, los urinarios de pared estaban ocupados.

          — ¡Joder, James! ¿Qué haces?—dijo entre sorprendido y preocupado.

Estaba meando. Su rabo, moreno, largo y circuncidado, permanecía en reposo. No se apreciaba tan dotado como sabía que estaba, pero ver su polla en reposo me excitó muchísimo. Sobre todo la idea de metérmelo en la boca y sentirlo crecer dentro.

Vestía con camisa de botones blanca, mangas cortas, botones prácticamente desabrochados hasta los abdominales, y pantalones estrechos marcando culazo. De su cuello colgaba un cordón de oro que relucía entre el moreno de su piel y los pelos de su pecho.

Me lo quería comer. Necesitaba hacerlo.

Lo abracé por la espalda llevando mi boca a su cuello y mis manos a su rabo. Se la agarré, aunque hizo el amago de librarse de mí, dejó que su polla estuviera controlada por mi mano. Cuando acabó de mear y mientras sacudía las últimas gotas, su polla ya estaba entrando en un estado morcillón que me enloqueció.

Le bajé los pantalones contemplando su culito inalcanzable. Luego me saqué la polla y la coloqué entre sus nalgas. Deseaba meterla entera, de un solo empujón, pero antes me centré en sentir su polla rígida entre mi mano mientras se la meneaba con suavidad. 

¡Joder! También deseaba chupársela, comérmelo entero, de arriba abajo.

Mi pollón sentía el calor de su culito, poco a poco y abriéndose camino con cierta dificultad, sus nalgas me comprimían, y su agujerito ya me pertenecía, sí, su culo inalcanzable ahora era mío. Con una embestía suave sentí cómo mi cabezón abrió su agujero haciéndose un hueco dentro de su culo.

Volví a lamerle el cuello. Meneé su rabo. Y busqué su boca. Él se dejaba, se dejaba hacer cuánto quería hacerle, y girando su cabeza, me encontré frente a frente con sus labios, y con su aliento caliente. 

Y en ese momento, el precum de mi rabo salió disparado, lubricando su agujero y provocando que mi pollón entrara un poco más en él.

Estaba cachondo, muy cachondo, tan cachondo y fascinado que corría el peligro de petarle el culo de leche sin ni siquiera habérmelo follado primero. Entonces volví a mirarle a los ojos, a percibir el calor de su boca, y lanzándome directamente a probar sus labios lo besé, claro que lo besé.

Calientes y dulces, sus labios me estaban llevando al éxtasis, pero Khaled se quitó: no, no quería besarme. También sacó mi rabo de su culo y se apartó hacia un lado. Sus ojos acompañados por unas cejas fruncidas se clavaron con desconcierto en mí.

        — Hueles a otros—dijo casi con el mismo desprecio de Lara.
        — ¿Qu… qu… qué… cómo?
        — Hoy no, James.

Inquieto pero paralizado, me mantuve callado, sin saber qué decir o qué hacer.

        — ¡Agáchate!—ordenó agarrándose el rabo con fuerza.

Acuclillándome ante él me metió la polla en la boca, y agarrándose de mi cabeza comenzó a follarme. Su polla entraba y salía de mi boca con violencia. Por momentos sentía que me faltaba el aire, y arcadas constantes se apoderaban de mi cuerpo. Entonces explotó su lefa casi en mi garganta.
Mareado por el vaivén y la fuerza con la que se folló mi boca, Khaled abandonó el baño dejándome frente a la taza del váter, tosiendo y vomitando los tequilas y su leche.
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El Diario Sexual de James: Cazando al cazador
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