Me la chupan en la pista de baile

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El pibe de culo estrecho de los baños me había dado su número de teléfono. También me había rogado discreción, tenía novia estable desd...

El pibe de culo estrecho de los baños me había dado su número de teléfono. También me había rogado discreción, tenía novia estable desde hacía años, y nadie sabía que de vez en cuando le molaba comerse alguna polla que otra.

Su culito era virgen. Solo el cabezón de mi rabo había entrado por ese agujero, y saberlo… saberlo me había puesto la polla dura, muy dura.

            — Tío, mi culo solo es de salida—dijo mientras se reía tímidamente—. Pero joder, estás muy bueno. ¡Tienes una polla de la hostia!

El chaval me había elegido para desvirgar su culo, y yo, sin saberlo, estaba descubriendo que adoraba tener esa misión. Ya eran unos cuantos culos vírgenes que había profanado con mi rabo, y quería más, muchos más. La presión que sentía en mi polla cada vez que me disponía a entrar en uno era una de las mejores sensaciones.

Sí, aceptaría romperle el culito, cómo no. ¡Me encantaba la idea!

Decepcionado por la cita fallida con Khaled, no podía quitarme de la cabeza el por qué no habría asistido en toda la semana al gym. 
¡Joder! ¿Y si Khaled no quería nada más conmigo?

Había pasado una semana desde que mis padres me pillaron follando con David. Todavía no sabía nada de él, ni siquiera lo había llamado para disculparme o simplemente preguntarle qué tal estaba.

Sí, sentía una vergüenza horrorosa.

Pero, ¿y él? Él, lo más probable, es que sintiera tanta vergüenza, sino más, que yo. También estaría preocupado. Temiendo que sus primeras experiencias sexuales con un tío lo sacaran a patadas del armario—suponiendo que estuviera dentro de alguno. Porque David más que homosexual o bisexual es un tío sexual, muy sexual, y le gusta disfrutar de un buen polvo, uno caliente y morboso.

Mi madre lloraba constantemente desde que me pilló follando con él. No creo que la mujer sufriera tanto si en vez de eso se hubiese enterado de que me quedaban semanas de vida. Devota cristiana y culturalmente más machista que mi padre, desde entonces iba dopada con ansiolíticos en plan zombi. Por momentos llegaba a conseguir que me sintiera mal. Mal por no ser quién ella esperaba. Pero eso no era lo peor. Mi padre y mi hermano me trataban como a un drogadicto que tenía amargado a la vieja. ¡Joder! Como si estuviera en mis manos aliviar su angustia.

Se acercaba la fiesta de fin de curso donde vería a David. Tenía que dar con él antes de esta noche, o, ¡joder! Resultaría muy incómodo. Nervioso, con el pulso a mil por horas y la boca seca, me armé de valor y lo llamé, pero no respondió. Tampoco devolvió mis dos llamadas.

Decidí quedar con Lara para ir a la fiesta. Mi casa le quedaba de paso, así que si mis padres me veían con ella podrían quedarse más tranquilos.
Sí, lo sé. Lara siente algo por mí y yo nada por ella y esto es jugar con sus sentimientos, pero necesitaba calmar las aguas en casa o me esperaría un verano de mierda. 
Y a pesar de tenerlo claro, reconozco que durante el trayecto hasta la discoteca me sentí mal. Ella esperaría mucho de mí esta noche…y yo, bueno, yo tenía la cabeza hecha un lío. Pensaba en David, en Khaled, en mis padres y la movida infumable que se respiraba en casa. No, no tenía tiempo para Lara ni sus movidas de amor. Tampoco para aguarle la fiesta o romperle el corazón.

¡Necesitaba llegar y emborracharme!

La discoteca me traía grandes recuerdos. Fue donde David me reventó el culo por primera vez, pero él ni estaba ni se le esperaba. Al parecer llevaba unos días muy raro.

           —  ¿Tú sabes algo, James?
           — ¿Yo? ¡Qué va!

Durante el botellón los colegas aprovecharon el paso de un grupo de gays para echarse unas risas y comentar la inauguración de una discoteca de ambiente a una calle de la nuestra.

A través de un sinfín de comentarios homofóbicos me di cuenta del problema que tendría si se enterasen de lo mío. Incluso de los que podría tener David. En mi grupo no había ningún gay, al menos no reconocido oficialmente. Y en mi instituto solo había dos pibes con bastante pluma que servían de blanco fácil para las burlas y humillaciones de los demás. También una lesbiana, muy masculina, pero ella, con sus enfrentamientos físicos para con cualquiera, había conseguido ganarse el respeto de todos.

Y por primera vez no solo sentí miedo de quién era, sino que tomé conciencia del peligro que podía suponer ser diferente.
Aún así la curiosidad me embriagaba como una erección que debe terminar en paja. La discoteca de ambiente estaba a dos o tres minutos de la mía. Podía ir y volver y nadie notaría mi ausencia.

¿Cómo sería una disco gay?

La imaginaba igual que cualquier disco heterosexual en la que había estado, es decir, tíos guapos por todos lados dispuestos a follar, pero sin preocuparte de si les va o no tu mismo rollo. 

Sí, esa disco prometía.

Cuando ya estábamos todos me perdí del grupo. Primero me fui a los baños. El recuerdo de todo lo acontecido en ellos me puso palote, también el desfile de rabos heterosexuales y borrachos que por allí paseaban. Sí, me apetecía quedarme, pero ya volvería luego, cuando el alcohol hubiese hecho efecto en mis futuras víctimas. 
Después me fui de la discoteca. Me había cerciorado de que no faltaba nadie por llegar, bueno, solo faltaban David y Catalina.
Una vez fuera, y a pesar de estar medio piripi, los nervios se adueñaron de mis piernas, que erráticas, parecían pesar demasiado con cada paso que daba. El corazón estaba amenazándome con salir disparado en cualquier momento, y fumarme un cigarro tras otro no ayudaba a sentirme relajado.

Y si alguien me ve entrar en una discoteca de maricas, ¿Creería que yo también lo soy? ¡Joder, pues claro!

Empecé a sudar, a quedarme sin saliva, y seguramente con los cachetes colorados y no solo por el alcohol. Prácticamente había llegado a mi destino. Lo sabía por la afluencia de gays que me iban rodeando paulatinamente. No sabía si era consecuencia del alcohol y los nervios, o que realmente todos me miraban, pero empecé a sentirme como un caramelito, un puto caramelito.

¡Vamos, James, que no te noten nervioso!

Y si antes me sentía un caramelito ahora era un trozo de carne en medio de un montón de fieras hambrientas. La música, las luces, la gente semidesnuda, todo, absolutamente todo, era excitante y morboso.

Intimidado, realmente intimidado, caminaba entre la gente como si llevara una luz mientras a mi alrededor solo había oscuridad. Los ojos de las fieras se clavaban en mí pudiendo incluso desnudarme con cada paso. No, no aguantaría mucho en esta discoteca con los pantalones puesto.

Me pedí una copa e intenté tomármela apoyado en la barra, pero empezaron a lloverme proposiciones de todo tipo que me empujaron a huir hacia la pista. Eso sí, de uno en uno y con moderación, mis ardientes cazadores tenían claro sus intenciones… Y yo, yo no sabía dónde meterme. Nunca me había visto en otra igual. Sí, me sentía intimidado, muy intimidado. Mi rol de cazador dominante se hacía cada vez más pequeño y mi rabo más y más grande.

Ya, en la pista de baile, con la copa a uno o dos tragos de terminarse, un pibito joven meneó su culo cerca de mi rabo. Otros más intentaban también acercarse. Me sentía el puto centro del universo, y lo era, claro que lo era. Al menos en esa parte de la pista.

De repente una mano agarró mi rabo, y sin apenas darme cuenta, mi pollón estaba al aire, alzado como uno más de la discoteca. Al son de la música House que sonaba en ese momento, el pibito joven metía y sacaba mi rabo de su boca.

Orbitando a mi alrededor, como si fuera el puto sol, otros tres pibes, jóvenes y guapos, se turnaban con el primero para mamarme la polla. Respetuosos y coordinados, mi rabo pasaba de boca en boca y de lengua en lengua con una sincronización digna de cualquier juego olímpico.

Por supuesto también intentaban besarme, y manos incontroladas tocaban y apretujaban mis nalgas como si éstas fueran de dominio público.

¡Pero joder! ¿Dónde me había metido? ¿Dónde cojones había estado todo este tiempo?

La gente iba bailando a nuestro lado como si cuatro tíos no estuvieran tragándose mis 22.5 cm de carne dura, muy dura. Algunos miraban e intentaban unirse, pero mis mamadores no estaban dispuestos a compartir con más bocas el que ya era su rabo. No, cuatro eran suficientes.

De pié, con los pantalones en los tobillos, tenía a uno acuclillado entre mis piernas comiéndome las pelotas mientras otro me metía la lengua en el culo. Los dos restantes compartían mi rabo, llegando a comérmelo a dos bocas con sus respectivas lenguas. ¡Joder! No podía estar más cachondo. Era como flotar en un puto mar de nubes orgásmico.

Sí, mi leche se acercaba, pero… ¿Dejarían de comerme entero después?

No, claro que no.

Cachondo, pero que muy cachondo, exploté una cantidad brutal de lefa mientras mi cuerpo se estremecía hasta quedar absolutamente exhausto. 
Mi séquito de mamadores compulsivos seguía chupando y tragando como si esto solo acabase de empezar.

Y quizá… quizá solo acababa de empezar.
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El Diario Sexual de James: Me la chupan en la pista de baile
Me la chupan en la pista de baile
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El Diario Sexual de James
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