Mi rabo no cabía en su culo

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Tenía una cita con Khaled . Habíamos quedado en el gym para continuar con el boxeo. Molaba, molaba el boxeo y los tíos buenos que lo pr...

Tenía una cita con Khaled. Habíamos quedado en el gym para continuar con el boxeo. Molaba, molaba el boxeo y los tíos buenos que lo practicaban. ¡Joder! Hasta el más feo de todos, que lo era sobre todo gracias a las cicatrices de los combates, estaba bueno, muy bueno. Con cuerpos musculados, tatuajes, actitudes muy viriles, y en ocasiones, con cara de macho agresivo, mis nuevos compañeros de deporte me la ponían dura.

Pero Khaled no estaba.

Había dedicado los últimos días a pensar en él, en su cuerpo, en sus labios, en su polla, en su forma salvaje y dominante de romperme el culo. Sí, Khaled sabía cómo hacer para llevarme al éxtasis más absoluto.

Empecé a hacerme mil preguntas sobre él. Desde algunas sencillas como su edad, dónde viviría, a qué se dedicaría, cómo sería su día a día, hasta otras más profundas referidas a su pasado, sus objetivos y aspiraciones para el futuro. En fin, me intrigaba saber quién era Khaled, y cualquier información al respecto suscitaba mi interés.

Salí del gym cachondo, muy cachondo, pero no podía ser menos, rodeado de tantos machos follables y de los recuerdos excitantes de las duchas.

Había intentado pajearme en los baños, aliviar el dolor de huevos que provocaba tanta leche acumulada, pero esperanzado, quería reservar mi lefa para Khaled.

¡Joder! La idea de sentir mi rabo dentro de su culo ya era suficiente para desear expulsar mi leche a presión. Me ponía tan cachondo imaginarlo, que temí correrme en segundos igual que el pijo remilgado.

Pero no, Khaled no estaba, y no podía ir a casa con este calentón. Necesitaba vaciar las pelotas primero.

Decidido, aproveché la cercanía con un centro comercial para visitar uno de sus baños. Normalmente suele estar muy concurrido, pero prácticamente era mediodía, y la afluencia de compradores debía ser menor, mucho menor.

Y no, no me equivocaba.

El pasillo largo y amplio que conducía hasta los baños estaba vacío. Fuera, nadie esperaba a nadie, todo apuntaba a que podría disfrutar de una morbosa paja recorriendo cada rincón del baño.

Me apetecía meneármela en cada urinario de pared. Saber que cada uno de ellos había sido testigo del paso de un sinfín de pollas, me ponía a mil. ¡Joder! Quería correrme en cada puto urinario.
Cuanto más cerca estaba de la puerta, más dura se me iba poniendo la polla.

Automáticamente usé la mochila del gym para cubrirme el bultaco, pero no había nadie, solo podían verme las cámaras de seguridad, y estaba tan cachondo que me dieron igual los ojos que pudieran estar observándome a través del monitor. Decidido, continué mi camino mostrando mi erección, y acomodándome la polla, me fui tocando mientras llegaba a mi destino.

Estaba seguro de poder saciar mi nueva fantasía: masturbarme en todas partes, cuando, de repente, un pibe de veintitantos salió del baño mientras me disponía a entrar. Fijándose en el bulto de mis pantalones, salió para volver a entrar pasados unos segundos.

Y no, no estaba solo. Dos tíos, más bien jóvenes aunque mayores que yo, meaban en los urinarios. A pesar de contar con una fila de más de diez, meaban el uno al lado del otro. Ninguno miró para mí. Concentrados en sus rabos, continuaron meando mientras yo debía trazar en segundos un nuevo plan.

Entonces la puerta se abrió. El pibe que salía volvía a entrar.
Más bajo que yo, de pelo castaño, ojos marrones, y cuerpo normalito. El pibe de veintitantos me escaneó de arriba abajo centrándose, primero, en mis ojos con una seductora sonrisa, luego, en el bultaco de mis pantalones mientras se agarraba la polla.

Paralizado, en medio del baño, el pibe pasó a mi lado rumbo a uno de los cubículos, pero antes, mirándome fijamente a los ojos, su mano fue directa a mi rabo. Se detuvo durante escasos segundos, tiempo más que suficiente para recorrer mi polla.

Nervioso, con el corazón a mil por hora, lo seguí con la mirada. Estaba entrando en uno de los cubículos sin decir nada, sin mirar hacia ningún lado, como si esto que acabara de pasar no hubiese pasado realmente.

Me excitó, me excitó muchísimo.

Fui tras él. La puerta estaba cerrada, y las manos me empezaron a sudar. Debía abrirla, abrirla, entrar, y dejarme llevar. Los otros dos seguían meando, meando aunque no se escuchaban sus chorros golpeando el mármol. Intimidado pero cachondo, abrí la puerta.
El pibe estaba de lado, me esperaba con la polla al aire. 

Meneándosela lentamente, su rabo, blanco, venoso y largo, invitaba a tocarlo. Y lo hice, claro que lo hice. En cuanto entré y cerré la puerta mi mano fue directa a su polla. Estaba circuncidado, y el cabezón, humedecido por el precum, me recordó al rabazo de Khaled.

Su mano se posó sobre mi polla, y su boca fue a mi boca, pero no me dejé.

No, yo no beso. No a cualquiera.

Dejé la mochila del gym en el váter, y me bajé el chándal.

El pibe no dudó en hacerse con mi rabo. Hambriento, empezó a comerse mi polla como si de un helado que se derrite con el calor se tratase. Mi rabo entraba y salía de su húmeda y caliente boca mientras con una mano me la meneaba y con la otra acariciaba mis huevos. Entonces se acuclilló, y su lengua empezó a recorrer la huevada sin que su mano dejara de pajearme. El meneo provocaba que mis pelotas golpearan su cachonda lengua.

¡Joder! El pibe tenía hambre, mucha hambre, tanta que parecía no poder saciarse nunca.

Me estaba poniendo a mil. Era guapo, sí, bastante guapo. El típico con actitud masculina que dudarías claramente que le fueran los rabos, y eso… eso me ponía todavía más cachondo. Llevaba alianza, y por su juventud, imagino que no estaría casado, aunque sí con pareja.

Mientras me comía las pelotas como nadie, me agarré el rabo y lo dirigí a su cara. Necesitaba darle pollazos, y se los di, claro que se los di. En los labios, en la lengua, en la cara y hasta en uno de sus ojos. Me encantaba pasarle el capullo excitado por todo su rostro de macho heterosexual. Y me habría lecheado en su cara con mucho gusto de no ser porque se levantó, se dio la vuelta, y me ofreció su culito blanco y lampiño para que me lo follara.

Su agujerito parecía prieto, muy prieto para que cupiera mi polla o cualquiera de mis dedos. Me acerqué y se lo escupí, se lo escupí dejando mis babas a la espera de mi rabo. Luego posé mi capullo sobre éstas, y mediante un empujoncito, intenté abrirme camino, pero su culo se contrajo, y su cuerpo se estremeció. Entonces me agarré a su cintura y volví a intentar adentrarme, pero gritó, gritó cuando debía estarse callado.

Su culito se me estaba resistiendo, y fuera, fuera estaban los otros dos escuchando.

Escupí nuevamente sobre su culito estrecho, y otra vez, esta vez con más decisión, llevé mi rabo y lo clavé, consiguiendo meter todo el cabezón. Pero su cuerpo se estremeció, su culo se contrajo, y mi presa volvió a inundar el cuarto de baño con sus gritos.

Se levantó.

            — ¡Joder, no puedo!—susurró mirando mi rabo con deseo, y miedo.

Y acuclillándose, condujo mi polla a su boca y empezó a chupar con energía, dispuesto a sacarme la leche, y tal vez, tragársela, pero no, yo quería follarme su culo estrecho, y si no podía, le llenaría la cara con mi lefa. Y eso hice, claro que lo hice. En cuanto sentí que iba a explotar saqué el rabo de su boca y me corrí sobre su cara de macho. Luego se la metí en la boca para que me limpiara. 
Y lo hizo, lo hizo como un buen perrito obediente. Con mi rabo en su boca, se meneó la polla a toda velocidad, pringando el suelo con su lefa.

            — Un placer—susurré llevando el dedo índice hasta su cara para recoger una gota de semen que caía por una de sus cejas. Luego lo llevé a su boca, y como si fuera mi rabo, me lo follé durante unos segundos. Su lengua recorría mi dedo. Sus labios succionaban en busca de más leche.

Cuando salí, los dos pibes se estaban mamando las pollas en los urinarios.

¡Tengo que volver a estos baños! Pensé mientras me lavaba las manos, y salía.

Relajado, con el rabo todavía incapaz de guardar reposo, el pibe me abordó en medio del centro comercial.

            — Oye, tío. Lo siento. La tienes muy grande.
            — No te preocupes, tío.

Me dispuse a seguir mi camino, pero volvió a hablarme.

            — Espera. Quiero repetir. Quiero intentarlo.

Antes de contestar, y durante unos segundos, lo escaneé de arriba abajo.

            — Ok.

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El Diario Sexual de James: Mi rabo no cabía en su culo
Mi rabo no cabía en su culo
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El Diario Sexual de James
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