¡Mis padres me pillan follando! (Parte 2 de 2)

La vida te puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. En una milésima de segundo. Antes incluso de que te puedas dar cuenta de que nada...

La vida te puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. En una milésima de segundo. Antes incluso de que te puedas dar cuenta de que nada volverá a ser igual.

Mis padres no sabían que me gustaban los tíos, y pillarme con el rabo dentro de David nos había dejado en shock a todos:

“Pero James… No, no lo entiendo” decía mi madre mientras se santiguaba con gran angustia. “Pero ¿qué hemos hecho mal?” “Pero… pero… pero tú no eres maricón, ¿verdad?” “Pero hijo, si tú pareces normal, no entiendo nada”

Mi padre, por otro lado, se reconfortaba pensando que su hijo, realmente, no era marica: “Bueno, por lo menos no te estaban dando por culo. Eso sí es de maricones” Incluso, mientras mi madre lloraba por las esquinas rezando para que se me pasara, él aprovechaba para decirme: “Tienes la hormonas revolucionadas y meterla en cualquier agujero te parece bien, pero no, James, ¡qué asco! Para eso mejor las feas. Vete a por las feas si las que te gustan no se dejan”

Yo no sabía bien cómo encajar sus frases y pretensiones. Me habían hecho sentir mal y sucio, muy sucio. Y nunca me había cuestionado mi sexualidad. Estaba confundido. No sé, para mí era normal, era simplemente lo que sentía. Hasta ese momento de lloros, gritos y decepciones paternas no me había tocado pararme a pensar en si estaba bien o no lo que sentía.

Pero… ¿Acaso podemos elegir qué sentir?…. ¿Qué nos debe atraer?... ¿Puedo cambiar lo que soy?

A David lo echaron de casa a base de gritos e insultos mientras yo esperaba el golpe que me llevaría en cuanto él salió de mi habitación conducido por mi padre. Sí, mi madre, imagino que bajo los nervios, o así me gusta justificarla con la perspectiva del tiempo, me golpeó una y otra vez al ritmo de: ¡Qué asco! Y ¡Yo no me merezco esto!

En fin, fue la peor experiencia de toda mi vida, y no por el marronazo de ser pillado en sí, que también, sino por haber conocido esa faceta de mis padres, que a día de hoy, me sigue avergonzando.

Dispuesto a olvidar el mal trago me fui al gimnasio. Mi primo me había regalado unos guantes de boxeo cuando me quedé encerrado en el ascensor con Rober. No sé, estaba tan furioso con todo y con nada, que la idea de desahogarme dando golpes a un puto saco de arena parecía la única solución. No me apetecía encontrarme con nadie, mucho menos con David. Y por supuesto, tampoco quería volver a casa.

Sábado a mediodía, el gimnasio estaba poco concurrido. Podría haber sido un buen momento para follarme a alguno, pero lo cierto es que, por primera vez, pensar en sexo me angustiaba.

¿Y si mis padres tenían razón? ¿Y si follar con tíos no es normal, y por ende, he estado equivocado? ¿Y si padezco alguna enfermedad mental? ¿Podría curarme y llevar una vida normal?

Solo, con otras tres personas en la sala de boxeo, empecé a golpear a diestro y siniestro aquel saco de arena intentando dejar la mente en blanco, pero joder, por momentos imaginaba a mi padre recibiendo esos golpes, luego a mi madre, y después yo.

Estaba tan rabioso con mis padres, conmigo, con todos, que obstinado en golpear aquel saco en busca de silencio me había impedido darme cuenta de que Khaled estaba ahí, mirándome.

            — Lo haces mal. Te vas a hacer daño.

No sé por qué, nunca había estado tan rabioso, pero a pesar de sentirme siempre tan atraído por el árabe que me había desvirgado en la playa, en ese momento también sentí rabia hacia él. Ignorando sus consejos y hasta su presencia, continué golpeando el saco. No, no quería ver a nadie. Tampoco a Khaled.

            — ¿Estás bien?

Lo ignoré.

            — Ven—dijo haciéndome señas con una mano. —Pégame a mí—concluyó mientras se ponía sus guantes de boxeo y subía al ring.

Entonces pude verlo con los mismos ojos con los que lo había visto siempre. Moreno, guapo, sin camisa, tatuajes y cuerpo perfecto, Khaled me esperaba con sus guantes y unos pantalones de boxeo blancos que marcaban paquete.

¡Joder! Volví a sentirme atraído igual que la Luna lo hace por la Tierra.

Pero mientras me dirigía hacia él me envolvió una desconcertante nube de miedo e inseguridad que me prohibía imaginarme junto a él, desnudos y disfrutando de algo que al parecer estaba mal, muy mal. ¿Por qué no podía sentirme así por Lara, Catalina o cualquier otra piba? Ellas me la ponían dura, sí, pero los tíos impedían que perdiera la erección tras correrme.

Serio, fijando la mirada en mis ojos, los puños de Khaled se fueron directos a mi cara sin que pudiera haberlos visto, y mientras intentaba golpearlo, sus puños me atizaban por todos lados, una y otra vez, una y otra vez. Y no, no lograba alcanzarlo, tampoco evitar sus golpes.

Cuanto más frustrado y rabioso me sentía, menos podía protegerme de sus puños, y menos podía acertar a tocarlo con los míos. Impotente, me lancé sobre él con la esperanza de que algunos de mis fallidos golpes lo alcanzaran, pero no. Era inútil llegar hasta él.

Khaled, muy a mi pesar, seguía siendo inalcanzable.

Sus brazos me rodearon, y mediante un fuerte abrazo me retuvo. Y ya no podía defenderme, ni atacar, ni moverme. Su calor me rodeaba junto a su aroma, y su sudor se unía a mi piel como si su polla me penetrara. Entonces me empujó y caí, agotado, sobre el ring.

Khaled se acuclilló ante mí mientras se quitaba los guantes. Sus manos, grandes y fuertes, me ayudaron a levantar. Luego acarició mi cara con suavidad, retirando las gotas de sudor de mi frente.

             — ¿Estás más tranquilo, James?

“James, James, James”

Recordaba mi nombre, y escucharlo de su boca me provocó un escalofrío que recorrió mi cuerpo como un relámpago.

Embobado, asentí.

             — Ahora una ducha fría y te sentirás como nuevo.

En los vestuarios, mientras Khaled se desnudaba, mi polla se volvió loca. Tenía al árabe de la playa delante, desnudo. Su cuerpo musculado, moreno y tatuado, brillaba con el sudor. ¡Joder! Solo me apetecía recorrer cada centímetro de su perfecto cuerpo con mi lengua. Luego se dio la vuelta para bajarse el pantalón, y su culo, peludo y bañado en sudor, estaba ahí, delante de mí, tan apetecible, que solo pensaba en comérselo antes de follármelo duro, muy duro.

Sin decir nada, se fue hacia las duchas.

Rápido, sin poder disimular la erección de caballo que llevaba, me desnudé y lo seguí hasta las duchas. No había nadie. Solo estábamos los dos. El agua recorría su cuerpo, mi rabo palpitaba enloquecido.

Nervioso, muy nervioso pero excitado, me fui a por él.

Lo abracé por la espalda. Mi rabo tocó su culo, mis manos se fueron directas a su polla, y mi boca intentó hacerse con su boca.

Khaled se quitó.

            — Eh, pero qué haces, pequeñín.

            — Te quiero follar.

Khaled sonrío.

            — Yo no beso.

Luego echó un vistazo a nuestro alrededor comprobando que no había nadie. Me miró de arriba abajo mordisqueándose los labios, se centró en mi rabo duro y alzado, y mediante un abrazo rápido y controlado, me dio la vuelta. Ahora su rabo tocaba mi culo, y sus manos, fuertes y grandes, se apoderaban de mi cuerpo y mi polla.

            — Y a mí no me folla nadie—concluyó susurrándome al oído.

De repente su boca se hizo con mi cuello, y sus manos me abrieron las nalgas mientras su rabo, largo, moreno y circuncidado, se colocaba en mi culo.

            — ¿Lo quieres?—volvió a susurrarme al oído.

            — Sí—dije tan excitado como incrédulo.

Y su rabo me embistió con fuerza.

            — ¡Para!—grité con un gemido.

            — ¿Lo quieres o no?

            — Sí.

Y su rabo volvió a embestirme.

            — ¡Despacio!—supliqué.

Cuando lo conocí haciendo cruising en la playa, me folló con ternura. Supongo que intuía que era mi primera vez, quizá simplemente le apeteció hacérmelo con calma. Pero ahora, ahora su rabo forzaba la dilatación de mi agujero, adentrándose entre mis nalgas con fuerza y rapidez.

            — ¿Me estoy follando a un macho, o a una nenaza?—susurró a mi oído mientras su rabo salía de mi culo.

Lo quería dentro de mí, lo deseaba desde hacía mucho tiempo, y sus palabras solo conseguían que me pusiera más y más cachondo.

            — A un macho, a un macho—dije excitadísimo.

            — ¿Quieres mi rabo en tu culo?

            — Sí.

            — ¡Pídemelo!

            — Lo quiero. ¡Métemelo!

Y lo hizo, claro que lo hizo. Rápido y fuerte, su rabo se abrió camino entre mis nalgas, perforando mi culito sin piedad. Sus embestidas cada vez eran más rápidas, y su mano, fuerte y grande, meneaba mi polla a la misma velocidad.

Muerto de dolor, muerto de placer, el agua fría de la ducha nos caía como la mismísima lluvia.

Sus jadeos calientes abrazaban mi oreja. Luego, su otra mano giró mi cabeza hasta que mi boca y su boca estaban a solos unos centímetros de distancia, y sin esperarlo, y sin verlo venir, Khaled me besó. Sus labios se hacían con mis labios. Su lengua se enroscaba con mi lengua. Su aliento se mezclaba con mi aliento. Su saliva y la mía ahora solo eran una.

Cachondo, muy cachondo, disfruté de su comida de boca apasionada como nunca, pues nunca me había comido la boca con un tío. No, no así, solo besos graciosos con los colegas entre copas. Y ahora, ahora Khaled no solo se había ganado el título de ser el primero en follarme el culo. También había sido el primero en besarme.

Con su lengua enredada con mi lengua y sus labios unidos a mis labios, su rabo largo y circuncidado me arrollaba el culo penetrándome hasta el fondo. Podía sentir sus pelotas rebotándome con cada embestida. Podía sentir su rabo atravesando las profundidades de mi agujero.

Jadeándome en la boca, sentí su lefa saliendo a presión mientras me petaba el culo con su leche. Luego, su polla quedó dentro de mí, dura, muy dura, y meneándome el rabo con su grande y fuerte mano, me corrí a chorros. Su boca seguía pegada a mi boca, y sus labios continuaron unidos a mis labios durante el rato que tardó en perder la erección y salirse de mí.

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• Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!