Me desperté empalmado, muy empalmado, con el vago recuerdo de haber soñado con David. Estábamos en un coche, hablando, aunque de repent...
Me desperté empalmado, muy empalmado, con el vago recuerdo de haber soñado con David. Estábamos en un coche, hablando, aunque de repente ya estábamos desnudos, tirados en el suelo de una casa, follando. Su rabo grande y gordo volvía a perforarme el culo como en los baños de la discoteca.
Me bajé los calzoncillos y me agarré la polla con firmeza. La tenía dura, durísima. No podía destaparme, mis padres estaban por casa y debía fingir que estaba durmiendo. El bulto se apreciaba como una caseta de campaña, y el movimiento del pajote no había quién pudiera disimularlo. Debía ir despacio, aprovechar cuando no escuchaba a nadie cerca para darle caña al rabo, pero era fin de semana, y mi madre ya me había dado los toques para que me levantara. Era cuestión de minutos que volviera a mi habitación.
Cerrando los ojos podía ver el culito redondo, peludo, prieto y virgen de David a solo unos centímetros de mi cara. Su rabo, petando el coño de Catalina, hacía que su culo se acercara y se alejara de mi boca en cuestión de segundos, como si realmente estuviera provocándome, llamando a gritos a mi deseosa lengua.
Sí, me había aventurado a comerle el culo, y ahora su recuerdo se materializaba en un pajote tras otro.
David me debía una. Habíamos llegado a ese acuerdo la noche de los baños, después de que prácticamente violara mi culito con su gran rabo, destrozando mi delicado pero hambriento agujero. Desde ese momento había empezado a contar los segundos que quedaban para cobrarme la deuda. Mis 22.5 cm de carne dura y cachonda iban a desvirgar ese culo de macho. Me había propuesto darle polla hasta llenarle el culo con mi leche. Y ahora, cuidándome de no ser visto por mis padres, eyaculaba sobre mi pecho manchando sábanas y mantas.
Relajado, aún con la polla al aire y la leche secándose lentamente sobre mí, empecé a trazar un plan de caza. Esperar a que nos cuadrara una fiesta, una reunión de amigos, o algún evento en el que vernos y cobrarme el polvo que me debía, requería de paciencia, mucha paciencia. Podría ser mañana, en una semana, o quién cojones sabe. Yo quería ya. Quería mi rabo en su culo ya.
Mientras me duchaba pensando en David, en su culo y en su rabo, volví a sufrir una erección. Cachondo, muy cachondo, empecé a planear la forma de llevármelo a la cama cuando mi madre me interrumpió para decirme que iban a salir. En ese momento dejé de escuchar el adónde o el cuándo volverían, y me di prisa en terminar.
Nervioso, cogí el teléfono y lo llamé. Nunca habíamos hablado abiertamente del tema. En persona, las conversaciones, aunque estuviéramos solos, nunca giraban en esa dirección. De hecho, ni siquiera lo hablamos después de nuestro encuentro en los baños de la discoteca. La sensación tras aquella experiencia era que nada había pasado nunca.
Sí, por momentos temía que no lo recordara, o peor, que quisiera olvidarlo.
— ¿Qué pasa, cabrón? Vente para mi casa, estoy solo.
David tenía dos años más que yo, y no frecuentaba mi círculo de amigos, al menos no el círculo estrecho que mis padres conocían. Jamás había venido a mi casa. Jamás habíamos hablado por teléfono. Nuestro nexo de unión era Catalina, y las fiestas.
Sí, no era habitual que lo llamara. Mucho menos que lo invitara a casa, y lo que es peor: ¡No tenía ninguna excusa! Mi intención estaba clara, me lo quería follar. Pero me invadía la impresión de estar dando palos de ciego y el temor a ser rechazado era constante.
Estaba nervioso, realmente nervioso. Las manos me sudaban y por la boca parecía no circular ni una sola gota de saliva.
— Eh, James, puto cabrón, qué sorpresa. Ok, dame quince minutos.
Sonreí mientras la polla se me ponía dura, muy dura.
¿Qué iba a decir cuando llegara? ¿Dónde me lo follaría? ¿Sabría David que iba a reventarle el culo? Nunca habíamos intimado sobrios, e invitarlo a un par de copas, un sábado a las once de la mañana en casa de mis padres, aunque tentador, resultaba raro.
Por alguna extraña razón que no alcanzaba a entender, David me ponía nervioso, nervioso y cachondo, muy cachondo. El cabrón era guapo, un moreno de ojos penetrantes y labios carnosos, corte de pelo moderno, espalda ancha y tatuajes. Típico macho que volvía locas a las féminas. Típico macho cuyo máximo propósito no era otro que follarse a todas las que se dejaban, pero el alcohol, las drogas, y el trío con Catalina, nos había unido. Morbo, todo con él era morbo, mucho morbo.
Cuando abrí la puerta David parecía otro. Físicamente era el mismo, claro, pero su actitud chulesca había dado paso a la timidez más absoluta. Retraído y hasta nervioso, esperó a que le diera paso para entrar. Vestía con pantalones cortos de deportes que insinuaban el tamaño de su rabo, y una camisa de tirantes ajustada.
— Hola—saludó sonrojado.
Verlo tan tímido y nervioso no solo me puso el rabo duro, sino que eliminó cualquier rastro de nervios que pudiera estar embriagándome en ese momento. Sí, el cazador que llevo dentro estaba a punto de salir.
— ¿Has hablado con Catalina?—dijo para romper el hielo mientras lo conducía hasta mi habitación.
— Sí, está loca por repetir el trío—no era cierto, al menos que hubiese hablado con ella recientemente. David rió.
— Sí, sí, es muy cachonda—dijo mientras se tocaba el paquete.
— ¡Joder! Y cómo disfrutaba de nuestros pollones—reímos.
— Sí—volvió a reír—. Serás cabrón, que la tienes más grande que yo—reí, reí excitado.
— Joder, pero tú la tienes grande. ¿Cuánto te mide?
— No sé, ¿y a ti?
22.5 cm pensé.
— Ni idea, nunca me la he medido.
— Ni yo.
Decidido, fui directo al baúl de costura de mi madre, y volví con un metro de cinta metálica. Ya estaba con el rabo en posición de ataque, por lo que sin un atisbo de duda, me puse frente a él y me bajé los pantalones. David, sentado sobre mi cama, clavó los ojos en mi rabo.
— ¿Haces los honores?
Y agarrándome el rabo, puso el metro sobre mi polla.
¡Me puso a mil!
— Qué cabrón, 22.5 cm—y se levantó con el bultaco a punto de explotar.
Primero se sacó la polla, luego se bajó los pantalones para estar más cómodo. Su rabo, grande y gordo, volvía a estar delante de mí dispuesto a cualquier cosa. Me cedió el metro y esperó, esperó a que me hiciera con el control de su polla. Y lo hice, claro que lo hice. Tomando asiento sobre la cama agarré su rabo, y aunque la tentación era grande, muy grande, y solo me apetecía lanzarme sobre él con la boca abierta, me contuve.
Estaba sosteniendo 21 cm de carne dura y gorda, muy gorda, y ya no aguantaba más, no. Mucho me había resistido. Sin soltar su polla se la meneé ligeramente durante escasos tres o cuatro segundos, y la conduje directamente a mi boca. Deseaba tanto volver a sentirla, que de repente estaba comiéndole el rabo como un puto loco.
David gemía, gemía mientras se agarraba a mi cabeza y me follaba la boca.
Mis manos se fueron directas a su culo, y agarrándome a sus nalgas aprovechaba para impulsarme y comerle bien la polla. Entonces me la saqué, me di par de pollazos en la boca, y me levanté.
Era su turno.
Sujetándome el rabo con firmeza le ordené que se la metiera en la boca. Inclinado y comiéndome la polla, su culito estaba ahí, expuesto, con solo alzar un brazo podría llegar y tocarlo.
Revolucionado, saqué mi rabo de su boca, me acuclillé ante él y le di la vuelta. Su culo, ahora, me pertenecía, ¡claro que me pertenecía! Estaba ahí, redondo, peludo, virgen y prieto.
Enseguida mis manos se fueron a sus nalgas, y mi lengua, casi por instinto, se lanzó a lamerlas. Primero una, luego la otra, y después… después abrí sus nalgas lentamente hasta dejar su agujero al aire, dispuesto y esperando, esperando por mi lengua.
Caliente, su pequeño y ajustado agujero, reclamaba mi lengua. Y se la di, claro que se la di. Lamiendo con delicadeza me fui abriendo camino hasta introducirla ligeramente. Su virgen ano se contraía excitado con cada lengüetazo. Sus gritos de placer inundaban la habitación.
¡No podía parar! ¡Joder, no podía parar!
Y hasta que su culo no estuvo lo suficientemente mojado por mis babas, no dejé de follármelo con la lengua.
De pié y con las manos apoyadas sobre mi cama, su culo estaba rogándome que le diera rabo, y se lo di, ¡joder! Se lo tenía que dar.
Conduje mi rabo hasta sus nalgas, le di par de pollazos en cada una de ellas, y aproveché todo el precum que me salía de la polla para restregárselo por el agujero humedecido por mis babas. Y automáticamente, casi sin darme cuenta, el cabezón de mi rabo ya estaba atravesando su culo.
David gemía, gemía como un puto loco.
Excitado y cachondo, pero que muy cachondo, mi polla se adentró rápidamente a través de su prieto agujero, pero David volvió a gritar: ¡Joder, James! ¡Despacio!
Y despacio se la metí aunque mi cuerpo y mi polla me estuvieran pidiendo embestirlo con brusquedad. Lenta, muy lentamente, fui entrando en David.
Aprovechaba cada contracción de su culo para detenerme y esperar, esperar a que volviera a estar relajado para adentrarme un poco más, y más, y más, y ya su culito estaba abierto y excitado, y mi rabo entraba y salía de él cada vez con mayor velocidad, y más, y más, y sus gritos enloquecidos más los míos inundaban la habitación al ritmo de cada embestida.
Entonces David jadeó extenuado expulsando toda su lefa a presión mientras su culo atrapaba mi rabo con fuerza, y mi leche, mi leche lo preñó mediante un estallido de placer sin precedentes.
Mi rabo seguía dentro de su culo, atrapado por sus nalgas, y aunque ya me hubiese corrido hasta la última gota no quería sacar mi rabo de ahí. No, no quería. Ni yo, ni mi rabo, que seguía empeñado en no perder la rigidez y volver al ataque en cualquier momento.
Pero mis padres habían vuelto a casa, y estaban ahí, en mi puerta, boquiabiertos, viendo a mi colega prácticamente a 4 patas, con mi rabo dentro de su culo.
— ¡DIOS MÍO! ¡JAMES!
— ¿mamá?
Tragué saliva.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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