Mi encuentro con Khaled me había dejado con ganas de más. Había conseguido que lo ocurrido con mis padres pasara al olvido, incluso me ...
Mi encuentro con Khaled me había dejado con ganas de más. Había conseguido que lo ocurrido con mis padres pasara al olvido, incluso me sirvió para saber que no quiero dejar de sentir esto. Quiero ser libre, libre para elegir con quién me acuesto.
Sé que ya lo he dicho antes, pero debo insistir: cuando un polvo es bueno, muy bueno, no solo se disfruta una vez, y yo ya había disfrutado de Khaled y David en más de una ocasión en la intimidad de mi cama, bueno, y del baño, y no solo el de mi casa.
Mis padres seguían dándome el coñazo con gritos, insultos y preguntas estúpidas que solo conseguían que muriese de ganas por emanciparme, pero todavía no había cumplido los dieciocho.
No, no estaba preparado para abandonar el nido. Todavía no.
Después del polvo con Khaled nos fuimos juntos del gimnasio. Habíamos estado hablando sobre boxeo y gym como dos colegas que no tienen mucho más en común. Aunque dentro de mí deseaba profundizar en él en todos los sentidos.
(Sí, en ese que estás pensando también)
Mi polla tenía que entrar en ese culo inaccesible, sobre todo después de que me dijera eso de: "Y a mí no me folla nadie"
Su culo intocable, ¿sería virgen? Me encanta conseguir lo imposible, llegar a donde otros no han llegado, y su agujerito, pronto, muy pronto, me pertenecería.
— Nos vemos el lunes—dijo con su actitud autoritaria poniéndome palote.
Quizá solo había sido una forma de hablar, pero, cómo no pensar que tal vez, solo tal vez, podría tratarse de otra de sus ya típicas órdenes.
Fuera como fuera, tenía una "cita" con Khaled, y saber que lo volvería a ver era motivo suficiente para empalmarme.
David... David rondaba mi cabeza como un extraño fantasma encargado de atormentarme. Me ponía tan cachondo como me avergonzaba verlo, llamarlo, o simplemente saber de él.
La última vez sacaba mi polla de su culo en presencia de mis padres, escuchaba cómo lo llamaban maricón mientras lo echaban de casa igual que a un asqueroso pedófilo, y por supuesto, lo amenazaban con llamar a sus padres o contárselo a todo el mundo si lo volvían a ver conmigo.
Era mi deber llamarlo, disculparme en nombre de mis padres, asegurarle que nadie más sabría lo ocurrido en mi habitación...
Pero sin duda habría sido más fácil llamarlo para decir que me había encantado petarle el culo, y que cuando quisiera, podríamos repetir.
Sin embargo no pude hacer ni lo uno ni lo otro, y callado como si nada hubiese pasado, dejé correr el tiempo.
Mis padres se habían fijado como objetivo no dejarme solo. Intentaban evitar que alguna polla cayera, controlado por las hormonas, en mi boca, o peor, en mi culo, y esa noche me obligaron a asistir con ellos a una barbacoa familiar.
— Pero mamá, estoy muerto, no me apetece.
— ¡NO TE VAS A QUEDAR SOLO, JAMES! ¿ME OYES? ¡NO TE VAS A QUEDAR SOLO!
— Cómo para no oírte, mamá. Pero en serio. Esta mañana me follé a David. Luego, a mediodía, me folló Khaled. Sí, un moro de mierda, casi diez años mayor que yo, que me reventó el culo a pesar de que le pedí que fuera con calma. ¿De verdad crees que aprovecharía que estaré solo para follarme a alguien? Pues mira, sí, seguramente lo intentaría—dije para mí mientras la miraba con una sonrisa de hijo complaciente y asentía a sus gritos.
Llevaba por lo menos dos años sin asistir a ningún evento familiar programado fuera de las fechas homologadas para tal fin ¿Navidad? ¿Un bautizo? ¿Alguna boda? Y la idea me apetecía tanto como que mis padres me volvieran a pillar follando.
Como un buen hijo, fui saludando a todos mis tíos, abuelos, amigos y demás personal típico de estas fiestas con una fingida sonrisa. Mi madre, pareciendo haber olvidado el mal trago acontecido horas antes en casa, contestaba a todos los comentarios sobre lo grande y guapo que estaba James con un: sí, y tiene muchas pretendientas.
Cuando somos niños, los adultos que nos rodean son la máxima autoridad en la que nos reflejamos. Son nuestros modelos a seguir, y a mí, hoy, mis padres se me habían caído.
Y que mi madre mostrara sus ganas de heterosexualizarme, y su hipocresía frente al mundo, me repateaba como nada en la vida.
— Pero qué grande y guapo estás, James—decía mi abuela materna. — ¿Ya tienes novia, hijo?
— ¿Una? Tiene varias, mamá. Lo que ahora lo llaman “amigas”—apostilló mi madre.
Intenté tragar saliva y comportarme, pero no pude.
— Sí, abuela. Y amigos también, sobre todo, amigos, ¿verdad, mamá?
Y me fui cabreado a por una copa.
El carácter opcional de este evento hacía que estuviera rodeado de puretas y niños. Una tétrica combinación que prometía ser lo más aburrido del milenio. De mi edad, solo estaba Ángel. El hijo de unos amigos.
Guapete y flaco, muy flaco, con el pelo engominado, y ropa de hombre mayor, Ángel no bebía, no fumaba, y lo más cerca que había estado del sexo, era viendo porno. Pero tenía algo que llamaba mi atención: su boca. Tenía unos labios gruesos, muy gruesos, tanto que provocaban que me preguntara cómo sería una comida de polla con ella. Además, imaginarme dándole pollazos en esa cara de niño pijo remilgado, me la ponía dura.
Me acompañó a fumarme un cigarro lejos de la casa. Naturalmente fumaba a escondidas, aunque en realidad solo lo hacía cuando bebía alcohol. Sosaina, Ángel se mostraba como un sujeto pasivo que solo escuchaba y respondía a cuanto quisiera preguntar.
— ¿Tampoco sales de marcha?
— No.
— ¿Y no has salido nunca?
— Sí, una vez.
— ¿Y te gustó?
— No, bueno sí. No sé.
— Entonces ¿no has follado nunca?
— No—dijo avergonzado.
— ¿Ni una mamada?
— No—sonrió con timidez.
— Pero tú… ¿cuántos años tienes?
— Veinte.
— ¿¡Veinte?! Te tienes que hartar a pajas. ¿O tampoco te pajeas?
— Sí, eso sí.
Me saqué el rabo y me puse a mear delante de él. Sus ojos miraban mi fiera con sorpresa. Los hombres, heteros o gays, e independientemente de sus intenciones, siempre se sienten cautivados por un rabo grande.
— Yo tengo un par de amigas que me la chupan—dije mientras me sacudía las últimas gotas de pis.
— ¿Sí?
— Si salieras de marcha, te las podría presentar—seguí sacudiéndome el rabo, ya en estado morcillón.
— ¿Y tú crees que les gustaría?
— Claro, hombre. ¿Cómo vas de rabo?
— No tan grande como tú—sonrió.
— A ver, enséñamelo.
— ¿Qu… qué? ¿Aquí?—dijo visiblemente nervioso.
— No hay nadie.
Dubitativo, mirando en todas direcciones, se desabrochó el pantalón de pinza dejando su polla empalmada al aire. Para mi sorpresa, estaba más dotado de lo que imaginaba. Al menos diecisiete centímetros de carne sin circuncidar formaban su polla.
— No está mal—dije mientras se la agarraba. Él se mostró sorprendido.
— La tuya tampoco—añadió mirándome el rabo ya duro, muy duro.
Entonces se la ofrecí para que la tuviera en su mano, y aunque en un primer momento dudó, finalmente se atrevió a coger mi rabo, que sostuvo como si fuera una cara botella de vino que pudiera romper.
Sin soltar la suya, empecé a meneársela lentamente hasta que él también se animó.
— Te la chupo si me la chupas—dije.
Ángel, una vez más, se mostró dubitativo y nervioso, pero asintió.
Claro que asintió, estaba a punto de descubrir el placer de una mamada.
Me acuclillé ante su polla. La tenía gorda, más si la comparábamos con su delgado cuerpo, y antes de metérmela en la boca, lo miré a los ojos. Él ya estaba con cara de orgasmo, deseando sentir mis labios en su rabo.
— ¿Trato hecho?
— Sí, sí.
Y su polla entró lentamente en mi boca. Primero me centré en su capullo. Usando el prepucio regordete que lo cubría succioné con presión provocando que sacara y escondiera el glande. Su rabo palpitó, su leche ya se acercaba, y en un intento por frenar sus locas ganas de correrse me saqué el rabo de la boca, pero Ángel no aguantó más, y su lefa salió expulsada a litros. Cachondo, y animado a no quedarme con las ganas de comerme su rabo, me lo metí rápido en la boca, tragándome todo lo que aún le quedaba por soltar.
Ahora era mi turno, y Ángel no solo lo sabía, sino que se le veía con ganas de experimentar. Acuclillándose ante mí, se metió mi rabo en la boca. Pero lejos de mamar en condiciones, se dedicó a follarse la boca como un acto mecánico y sin mucha pasión.
Cachondo, saqué mi polla de su boca y le di un par de pollazos en la cara. Luego se la metí, me agarré a su cabeza, y comencé a follármelo con todas las ganas que le faltaban a él. Su cara de virgen inocente me estaba poniendo tan cachondo que de repente me entraron unas ganas locas de escupirle la cara. Y lo hice, claro que lo hice.
Él, sorprendido, sacó mi rabo de su boca.
— ¡Métetela!
Obediente, el pijo engominado devolvió mi rabo a su boca, y otra vez, esta vez antes de correrme, volví a escupirle la cara, pero antes… antes le saqué el pollón, limpié mis lapos con la punta de mi rabo, y se la metí directamente en la boca, donde lo embestí con fuerza hasta petársela de leche.
Cuando terminé, Ángel escupió mi leche y se limpió los restos de saliva de la cara.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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