Me ofrecen pasta por sexo

Nunca había tenido sexo en público , al menos no con cientos de ojos observándome. Morboso, muy morboso, podría ser una forma rápida de ...

Nunca había tenido sexo en público, al menos no con cientos de ojos observándome. Morboso, muy morboso, podría ser una forma rápida de definirlo. 

Perdido de toda noción del tiempo, la música, las luces, y las bocas de mis mamadores, junto al acecho e indiferencia de todos los que estaban ahí, era cuánto percibían mis sentidos.

Ya me había corrido, pero mi rabo desconocía que pudiera perder la rigidez y disfrutar de la relajación absoluta que sentía. No, mi rabo tenía vida propia, y había decidido continuar duro, completamente duro, mientras aquellas bocas seguían disfrutando de él con un hambre insaciable.

Con los pantalones puestos, pero la polla fuera, un tío moreno y musculoso se acercó a nosotros. Su rabo, saliendo a través de la bragueta, largo y morcillón, se puso a disposición de mi séquito de mamadores. 

A mi lado, su mano acariciaba mis nalgas con movimientos lentos y pausados, como si estuviera memorizando cada centímetro de mi culo con el tacto. De facciones brutas, sus labios gruesos me pusieron a mil por hora.

Prácticamente en las profundidades de la pista, ocultos por las sombras y la música. Mis mamadores se repartían nuestras pollas mientras los dedos del colega trazaban mi culo como si buscara en un mapa. Rumbo hacia mi agujero, no tardó en hallar el tesoro y penetrarlo lentamente, muy despacio, con una delicadeza, con una suavidad, que provocaba que entrara en un estado de deseo absoluto, de ruego y súplica desorbitada. Sí, me estaba encantando sentir su dedo dentro de mi culito, pero quería más, mucho más.

Enseguida el colega se abalanzó a mi boca con la misma ternura y pasión con la que me follaba el culo con su dedo, y no, no pude resistirme. 

Cachondo, me tenía muy cachondo, tanto que mi séquito pasó a un segundo plano, y aunque siguieran chupando con intensidad, mi atención solo se centraba en ese hombretón grande y fuerte que se disponía a comerme la boca.

Sí, se lo permití, claro que sí.

Nuestros labios se unieron, pero su lengua no buscó mi lengua. 

No, no tenía prisa en devorarme. Todo lo contrario, lo hacía lenta, muy pero que muy lentamente. Con tiempo, con todo el tiempo del mundo, sus labios disfrutaban de los míos con verdadera pasión.

¡Joder, me tenía revolucionado!

Cardiaco, me lancé a morder sus gruesos labios, a recorrerlos con mi lengua. Necesitaba que me comiera la boca, que me la comiera bien, pero su actitud pasional continuaba en marcha. ¡Joder! Si quería volverme loco lo estaba consiguiendo. Y tanto que sí.

            — ¡Me encantas!—susurró mientras sostenía mi cara con sus manos mirándome fijamente a los ojos. Luego volvió a besarme.

Y su mano, nuevamente, recorrió mi espalda con suavidad rumbo a mi culo.

            — Te quiero solo para mí ¡Ven!

Se guardó el pollón, me quitó a los mamadores de encima, y me custodió mientras me subía los pantalones.

Y arrastrado por su mano, me condujo a través de la pista, sorteando personas borrachas y en movimiento, hasta llegar al cuarto oscuro.

Nunca había estado en uno, ni siquiera había oído hablar sobre ello, y en ese momento… en ese momento tampoco supe realmente qué era. No nos adentramos mucho, quizá uno o dos metros, quién sabe. 

Primero un pasillo oscuro, luego una sala con una tenue luz roja y televisores que emitían porno, y otro pasillo oscuro donde me empujó contra la pared. Me besó, me besó en su línea pasional, aunque esta vez por fin me metió la lengua, una esponjosa y suave lengua que envolvió a la mía mientras sus manos recorrían mi cuerpo, mi polla y mi culo.

Desabrochándome los pantalones me dio la vuelta, y su boca, y su lengua, recorrieron mi cuello en tanto su rabo se posaba sobre mis nalgas.

¡Joder! Lo hacía todo con un ritmo tan pausado y excitante, que obligaba a mi cuerpo a entrar en trance y pedirle más, y más, y más.

            — Me pones muchísimo—volvió a susurrar, envolviéndome con su aliento, caliente y afrutado.

Y su rabo, ahora, entraba en mi culo con la misma delicadeza que su lengua en mi boca.

Gemí, gemí revolucionado.

Con movimientos lentos pero continuos, el hombretón alto, fuerte y musculado, se adentraba en mí con su polla. Y lo hacía tan despacio, que debí pedirle que me follara.

            — ¡Joder! ¡Métemela!

Y me la metió. Con un golpe seco pero profundo, su rabo me atravesó el culo por completo.

            — ¡Joder! ¡No pares! ¡No pares!

Y no paró.

Rodeándome con su gran cuerpo, me embistió con fuerza una y otra vez, una y otra vez. Su rabo entraba en mí hasta el mismísimo fondo, e igualmente salía hasta prácticamente dejarlo fuera.

¡Joder!

Cuando su polla parecía dispuesta a salir de mi culo, el dolor menguaba para dejarme aliviado, pero a su vez, ardía en deseos de sentirla de nuevo dentro. 

Dolía, sí, dolía y generaba placer. 

Mi cazador estaba siendo capaz de hacer que pasara de un extremo a otro en milésimas de segundos, haciendo que necesitara tanto su polla dentro como fuera de mí.

No, no quería que terminara. Habría pagado por estar así horas y horas, pero mi amante no aguantaba más, y excitado, se corrió a presión dentro de mi culo.

Sus gritos y jadeos inundaron mi oreja mientras sus brazos se hacían con el control de mi cuerpo, y su polla, su polla quedaba dentro de mí. Cachondo, muy cachondo, empecé a menearme el rabo hasta que su mano se hizo con mis 22.5 cm, y embistiéndome con golpes secos y fuertes, me folló y pajeó hasta que mi leche salió disparada.

           — Eres la bomba, pequeñín.

Sonreí en medio de la oscuridad sin decir nada.

No quería irme, no quería abandonar este puto paraíso, pero mis colegas me esperaban en la otra discoteca. Debía ir con ellos.

           — Llámame. Tenemos que repetir—dijo mientras me entregaba una tarjeta de visita con su nombre y teléfono.

Preocupado, me dispuse a salir pitando de la discoteca. Habían pasado casi cuatro horas. Me estarían buscando. Me preguntarían dónde había estado. ¿Qué les iba a decir?

Cuando salía, un señor mayor, muy mayor, se me acercó.

           — ¿Te puedo invitar a una copa?

           — No, gracias.

           — Espera, no te vayas.

           — ¿Qué… qué quieres?

           — Vente a mi hotel.

           — Ni de coña.

           — Quinientos euros pueden ser tuyos.

           — ¿Quinientos euros?

           — Ok. Mil euros. Por ti pago mil euros.

           — ¡¿Mil euros?!

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• Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!