El sexo es guarro por defecto. Y no, no se puede esperar menos de una relación basada en el intercambio de fluidos de un cuerpo a otro cue...
Libre de prejuicios y ataduras que lo condicionen, el sexo cobra sentido.
¿Qué pensará de mí si disfruto comiéndome su polla?
¿Qué pensará si ve la cara de guarro que se me pone mientras me folla?
Los complejos, los miedos, los juicios de valor que tenemos o creemos que el otro tiene, arruinan cualquier polvo.
Asquerosamente sudados, Khaled y yo permanecimos tumbados, uno al lado del otro, durante minutos.
Saber que mi leche estaba en su culo me la estaba poniendo dura, y que él aprovechara su lefa, espesa y blanquecina, que ahora yacía en mi cara, para limpiarme con el dedo y metérmelo en la boca, la verdad, no ayudaba a que mi rabo pudiera estar tranquilo, y en reposo.
— Eres muy guarro—dije.
— Tú más.
Reímos.
— ¿Te voy a tener que bañar otra vez?
Me sonrojé recordando ese momento, aunque sin acordarme de nada.
— ¿Qué pasó anoche? ¿Cómo acabé aquí?
— Puto niñato de mierda—dijo volviendo a su tono serio—. ¡Tú qué! ¿Sales de fiesta solo?
— No fui solo, me perdí—sonreí, aunque Khaled tenía el modo responsabilidad activado.
— Gracias a que te vi, James. Sino…
Sonreí.
Me había gustado que se preocupara por mí.
— ¿Vamos a la ducha?—dijo.
Asentí.
La idea de ducharme con él me puso palote. Ya lo habíamos hecho en el gym, donde acabamos follando bajo la posibilidad de ser descubiertos en cualquier momento. Aquella experiencia había sido muy morbosa, bueno, como todas las que vivía con él, pero ahora, imaginarnos en la ducha de su casa me abría el apetito. Sí, ya llevaba una erección de caballo cuando Khaled se levantó de la cama. Su rabo moreno, circuncidado y en reposo, me puso cachondo. Más aún de lo que ya estaba.
— ¡Espera!
Y caminando a cuatro patas sobre la cama llegué hasta él. Frente a mí había un espejo dónde pude verme reflejado, con restos de su leche en mi cara y mi cuerpo bañado en sudor.
Sostuve su rabo con mi mano y me lo llevé directamente a la boca.
— ¿Qué haces, James?—suspiró.
Enseguida su polla empezó a crecer dentro de mi boca mientras me la tragaba entera. Sentir su vello en mi nariz y que su olor a macho me embriagara, provocó que me volviera loco, muy loco.
— ¡Túmbate!
Dubitativo, pero con el rabo duro, Khaled se tumbó.
Con las piernas abiertas, sus pelotas se apreciaban libres y grandes, colgando hacia las sábanas parecían esconder su tan valioso agujero. Su pollón, alzado, señalaba el camino hacia su ombligo, sus pectorales, y su cara, todo ello cubierto por pelos negros y masculinos que resaltaban con el moreno de su piel. Sí, verlo desde esta perspectiva estaba siendo una experiencia impresionante. Más si teníamos en cuenta que ahora, todo él, me pertenecía.
Cachondo, muy cachondo, quería comérmelo entero, pero no, no sabía por dónde empezar.
Quise recorrer sus piernas, hasta sus pies me estaban invitando a pasar la lengua, pero sus pelotas… ¡Joder! Sus pelotas me gritaban. No las tenía muy velludas, y que uno le colgara más que al otro se apreciaba con bastante claridad. Sintiendo la necesidad imperiosa de lamerlos, me fui directo. Primero al más encogido, luego al otro, y ya en mi mente sonaba la idea de qué pasaría si los levanto, si hurgo bajo ellos con la lengua. Oh sí, me encontraría con su tímido y cerrado agujero. Pero su polla estaba ahí, a solo unos centímetros. Podría ir hasta ella, chuparla, y volver. Sí, quería que mi lengua tocara todos los rincones de su cuerpo, y no, no sabía por dónde empezar.
Dirigiéndome a su polla, su olor a leche seca me volvió loco, y seducido por el aroma que desprendía, empecé a lamer de la base hasta la punta. Luego me la metí en la boca, pero no podía tragármela entera. No, resultaba incómodo.
Cambié de postura. Ahora mi polla estaba cerca de su boca y su rabo podía atravesar la mía hasta llegar a mi garganta con facilidad. Mucha facilidad. Podía sentirla entera dentro de mí, y mientras disfrutaba de la sensación de poder que me estaba proporcionando esta postura, Khaled aprovechó para meterse mi polla en la boca.
¡Joder! ¡No me lo esperaba! Y la excitación fue máxima.
Con mi rabo en su boca, y su polla en la mía, la mamada mutua prometía. Claro que prometía. Hablando sin palabras, el ritmo lento que usaba para chupársela era el mismo que usaba él para comérmela. Si de repente le metía pasión a la mamada, él también lo hacía. Si paraba, dejando el rabo dentro pero sin succionar, ni lamer y tragar con mis labios, él lo hacía. Como una autofelación, pero mejor, mucho mejor, me comía su rabo en espejo: lo que le hacía yo, me pasaba a mí. Incluso cuando mordisqueaba su cabezón, el mordisqueaba mi prepucio.
Gemía, gemía atragantado por su rabo.
Aunque intentara hacerlo despacio, Khaled tomó el control. Ahora me comía la polla a gran velocidad, y como estaba concentrado en evitar correrme, se la seguía chupando con suavidad, pero Khaled quería más, y llamando mi atención, empezó a follarme la boca mientras su culito ejercía la fuerza necesaria para embestirme una y otra vez.
No aguantaba más. La situación me ponía muy cachondo, e imaginar que me petaba la boca con su leche en tanto se tragaba la mía, me hacía perder el control. Oh, sí, claro que perdía el control.
Rodeando su rabo con mis jadeos calientes más mis babas me corrí en su boca. Khaled mamaba y tragaba con un deseo indescriptible, con un hambre insaciable, y cachondo, muy cachondo, Khaled también jadeaba con mi rabo en su boca. Pude sentir el calor de su aliento abrazar mi polla mientras su leche salía a chorros directa a mi garganta.
Chupando y tragando, nos quedamos inmóviles y extasiados, con las pollas buscando el reposo aún dentro de nuestras bocas.
Y así me habría podido quedar durante días, pero el teléfono sonó. Entonces, tumbado en su cama, solo, disfruté de la sensación de bienestar más placentera jamás conocida. Incrédulo, seguía incrédulo.
— Báñate—ordenó dominado por su seriedad.
— ¿No vienes?—sonrió.
— No. Mejor no.
— ¿Y eso?
— Podríamos no salir nunca—sonreí.
— ¿Cuál es el problema?
— ¡Qué eres insaciable, James!
Cuando salí de la ducha y Khaled entró, necesitaba fumarme un cigarro para saborear el día, la noche o donde fuera que estuviéramos. Ciertamente había perdido la noción del tiempo. Solo sabía que había salido de casa sobre las nueve de la noche ¡Sobre las nueve!
Enseguida sentí taquicardia provocado por el miedo y la angustia.
Busqué mi móvil, sin batería.
Miré la hora en un reloj de pared: 19:27.
¡19:27!
Mis padres me matarían.
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- ##check## ¡ADVERTENCIA!
- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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