Sexo en los probadores

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Afeitarte las pelotas es un momento tan excitante que empieza con una erección y acaba con un pajote. Las pelotas están suaves y el r...

Afeitarte las pelotas es un momento tan excitante que empieza con una erección y acaba con un pajote.

Las pelotas están suaves y el rabo es aparentemente más grande, mucho más grande. ¿Cómo no voy a terminar con la leche deslizándose por la polla y la mano?

Relajado por la ducha y el pajote, mi cuerpo lucía un moreno de playa capaz de ponerme cachondo con el recuerdo de las vacaciones. Sí, me había puesto las botas tanto en el hotel como en las Dunas de Maspalomas.

También con Khaled.

Nuestra relación había dado un gran paso con aquella cita en la playa. Después de que me confesara que me echaba de menos o que ahora le importaba, su presencia en mi mente era capaz de ponerme nervioso, todavía más.

"Ahora tú también estás en peligro, James"

Aquellas palabras me inquietaban. A pesar de intentar obviarlas de mi día a día, me resultaba imposible no solo no pensar en ellas, sino preguntarme constantemente qué querrían decir.

¿Sería un peligro físico real? ¿Se referiría a un peligro emocional? ¿Algún tipo de peligro simbólico?

La verdad es que lejos de sentir que debía alejarme de Khaled y sus peligros y secretos, me sentía más y más atraído por él y por el halo misterioso que lo envolvía.

"Tenemos que hablar, James"

Pero,  ¿hablar de qué? ¿De los peligros? ¿De nosotros? ¿De lo ocurrido hasta ahora? ¿De lo que nos quedaba por vivir?

Necesitaba verlo. Mi mente, mi cuerpo y mi fiera, necesitaban verlo, y la idea de volver a tenerlo frente a mí me provocaba un nudo en el estómago que me hipnotizaba. Sí, casi que no podía pensar en otra cosa ni en otra persona que no fuera en el árabe y todo lo que me quedaba por vivir con él.

Quería estrenar vaqueros y camisa para mi cita con Khaled. De paso, comprarme algo para la gran fiesta que me tenían preparada los colegas para celebrar mi decimoctavo cumpleaños, pero primero tenía una cita pendiente con Lara.

No podía ignorarla por más tiempo.

Tres semanas haciéndome el loco sin responder a sus mensajes y llamadas parecían más que suficientes para tener que reconocerme que era un puto cobarde de mierda.
Lara, por otro lado, demostraba ser leal a sus amigos, o por lo menos lo estaba siendo conmigo. Todo apuntaba a que mi confesión continuaba siendo un secreto, nuestro secreto, pero, ¿por cuánto tiempo lo guardaría?

No pasaba un solo día sin que pensar en aquella noche me rodeara de un pegajoso sentimiento de arrepentimiento a pesar de sentirme, contradictoriamente, liberado.

            — ¡Qué alegría escucharte, James! ¿Todo bien?
            — Sí, llegué ayer del sur.
            — Me alegro mucho, si quieres te acompaño, pero tiene que ser en dos horas.
            — No pasa nada. Tu vete cuando puedas. Yo te espero en el centro comercial.
            — Vale, allí nos vemos.

Nervioso por mis futuros reencuentros con Lara y Khaled, centrarme en mirar ropa no estaba siendo fácil, ni divertido.

Y con la atención centrada en todo y en nada ni siquiera conseguí fijarme en el pibe de pelo castaño y liso que llevaba rato siguiéndome. De complexión delgada, ojos oscuros y actitud femenina, ya lo había confundido con un dependiente en otra tienda. Pero no, miraba ropa de forma aleatoria, siempre cerca de mí.

Al principio no llamó especialmente mi atención. Sus tímidas miradas lograban pasar desapercibidas. Sí, en cuánto me percaté de su presencia y comencé a seguirlo con los ojos, se mostró intimidado, llegando incluso a hacerme dudar de sus intenciones.

Entonces fui yo quien empezó a seguirlo.

Intimidado, mi presa se apreciaba tan nerviosa que dejó de mirarme para dirigirse rápidamente a los probadores, como si quisiera huir de mí.
Cogí los dos primeros vaqueros que vi y me fui tras él.

Con más de ocho probadores disponibles y solo dos ocupados entré en el suyo.
Sorprendido y sin camisa, mi presa se ruborizó.

            — Ups, lo siento.
            — No… no… no pasa nada—titubeó.

Me sobé el rabo con una sonrisa mientras sus ojos se clavaban en mi paquete.

            — El de al lado está libre—dije sin apartar la mano de mi rabo.

Su timidez me puso cachondo.

Cuando me puse los vaqueros salí del probador para mirarme en los espejos de fuera y esperar por mi presa que no tardó en salir.

            — Qué va, necesito una talla menos—dije en voz alta, como si hablara para mí, aunque en realidad lo hacía para él.
            — Sí, te van grandes—se animó a responder.
            — ¿Me haces un favor? ¿Me puedes traer una talla menos?
            — Sí, claro, ¿cuál necesitas?
            — Espera.

Y volví al probador, y sin correr la cortina, me quité los pantalones ante su atenta mirada. Entonces me volví hacia él y se los di.

Mi fiera nunca pasa desapercibida ni estando en el más absoluto reposo, y ahora, delante de él y con ganas de follarme su boca, el estado morcillón se había activado dejando un bultaco considerable que provocó que sus ojos no se apartaran de mi rabo.

Tímidamente regresó con otra talla de pantalones.

            — ¿Te vale esta?

Tenía claro que no me gustarían, aunque me gustaran, y rápidamente comencé a bajármelos mientras también me bajaba los calzoncillos. No le mostré el rabo, al menos no entero, pero bastaron unos pocos centímetros para que mi presa enloqueciera y ya su mirada no se apartara de mi rabo.

            — Entra.

Titubeó, nervioso, antes de acceder a mi propuesta.

Y para mi sorpresa su mano fue directa a mi rabo. Su timidez había desaparecido para dar paso a su lado más salvaje.

Y sin necesidad de dar órdenes, solito se inclinó dispuesto a llevarse la fiera a la boca.

Cachondo, mi presa me puso muy cachondo. Podía verlo comerme el rabo también a través del espejo. La cortina dejaba entrever que éramos dos personas dentro, y fuera, fuera se escuchaba cómo otros tíos iban accediendo a los probadores.

Nervioso, probablemente con ganas de sacarme la leche cuanto antes, mi presa empezó a follarse la boca con rapidez mientras su mano meneaba mi polla con locura. Sorprendido, mi presa me tenía sorprendido, creía que iría de sumiso, y resultaba que estaba llevando todo el control.

Entonces se acuclilló, y con cara de guarro y cachondo, empezó a menearme el rabo mientras se daba pollazos en la lengua, mirándome fijamente a los ojos, y dispuesto a tragarse toda mi lefa.

Había personas en los probadores contiguos al mío, y controlar mi respiración me empezaba a resultar de lo más complicado. Necesitaba jadear como un loco antes de expulsar la leche como un cerdo, pero reprimirme no solo conseguía que la explosión se retrasara, sino que la lefa saliera a chorros directamente a su garganta.

Y como buen mamador, en cuanto sintió mi leche salir, se metió el pollón en la boca para no desperdiciar ni una sola gota. Y chupó, y chupó, hasta dejarme seco y exprimido.
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El Diario Sexual de James: Sexo en los probadores
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