Morbo en el ascensor

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Desperté con la misma sonrisa con la que me había acostado. Sí, Khaled no solo seguía siendo un misterio, sino que ahora lo era más, much...

Desperté con la misma sonrisa con la que me había acostado. Sí, Khaled no solo seguía siendo un misterio, sino que ahora lo era más, mucho más.

Cuánto más sabía de él, menos lo conocía, y más deseaba acercarme a ese lado oscuro que me ocultaba por seguridad, la suya, y la mía.


Solo, en la habitación del hotel, la fiera había amanecido igual de dura que cuando me acosté. Todavía podía sentir la presión que ejercía su culo virgen sobre mi polla. El modo en que me iba abriendo paso dentro de él con suavidad. El poder que me envolvía con cada nueva embestida.

Sus jadeos de macho retumbaban en mi cabeza como una canción que escuchas y luego se repite una y otra vez. 

No lo podía creer. Después de tanto tiempo deseándolo, por fin me había follado a Khaled. Sin duda, había sido una de las mejores experiencias sexuales vividas hasta entonces.
Cachondo, muy cachondo, me quité los calzoncillos, dejando el rabo libre y alzado debajo de las sábanas. Me apreté el cabezón cubierto por su prepucio, y como si volviera a tener el rabo dentro de Khaled, comencé a dar golpes suaves de cadera, uno tras otro, uno tras otro, y ya estaba follándome de nuevo su culo.

Parecía que podía escuchar su acento árabe diciéndome que lo hiciera con cuidado, que su culo virgen ahora me pertenecería. ¡Joder! Y suavemente, continué embistiéndome la mano mientras el prepucio se deslizaba de arriba abajo.

Excitado, estaba tan excitado, que deseaba cederle el control a mi mano y que fuera ésta quien meneara rápido y fuerte en busca de mi leche, pero el culo de Khaled no estaba preparado para recibir mi pollón al completo, debía seguir metiéndole la punta poco a poco, poco a poco, hasta adentrarme más y más.

Sufriendo, estaba sufriendo, de ser su boca ya habría aumentado la velocidad y petado su garganta con mi leche, pero era su culo, y solo podía apretar más la mano, aunque por momentos mis ansias me traicionaban, y de repente me descubría follándome la mano con fuerza, con golpes secos y duros. Necesitaba no detenerme, darle más fuerte, explotar toda mi lefa.

Oh, sí, mi leche estaba llegando y moría de ganas de sentirla caliente y espesa recorrer mi mano, pero la señora de la limpieza entró en la habitación y tuve que parar antes de que abriera mi puerta.

   — Disculpe.
   — No se preocupe, ya estoy despierto.
   — Si quiere puedo venir más tarde.
   — No, da igual. Empiece por el salón, yo salgo ya.

Y dejé de follarme el culo estrecho de Khaled para masturbarme seducido por el morbo de que alguien estuviera a pocos metros de mí. La escuchaba en el baño, en el salón. Como una cuenta atrás, su presencia por cada rincón de la habitación me alejaba del orgasmo. 

Debía darme prisa, correrme antes de que volviera a interrumpirme, pero con las pelotas tan cargadas de leche, y el capullo hinchado expulsando precum, no iba a ser difícil. Y no lo fue.
Jadeando en silencio casi como un suspiro, mi leche salió abundante directa a mi pecho. Luego descendió por mi mano y mi polla, espesa, agria y blanquecina.

Tocaba disfrutar del último día de las vacaciones. Al final habían sido inolvidables, tanto como aquella orgía en las Dunas de Maspalomas. Sí, debía volver a ese paraíso sexual, conocer todos los rincones secretos que allí se escondían, pero no hoy. Hoy tocaba disfrutar del sol, la piscina y el jacuzzi

Y por primera vez, enfrentaba un nuevo día sin pensar en sexo, al menos sin pensar en quién podría follarme. Mi mente estaba ocupada pensando en Khaled, nuestro sexo, nuestra conversación, sin duda, la más profunda y sincera que habíamos tenido. Sí, supongo que me sentía sexualmente satisfecho, muy satisfecho.

Con nada más que el bañador y una toalla, me subí en el ascensor con una pareja de extranjeros. Debía bajar nueve pisos para llegar a la piscina, y era bastante común que fuéramos parando de piso en piso hasta que ya no cupiera nadie. En la octava planta subió otra pareja. En la séptima una chica. Y en la sexta, en la sexta subió Karlos con su novia.
Cardiaco y nervioso, me pegué a una de las esquinas, y aunque intentara pasar desapercibido y no mirarlo, mis ojos me traicionaban buscando sus ojos, su cuerpo, y sus piernas tatuadas.

Él se mostró más nervioso que yo, y dudó a la hora de entrar, pero conducido por su novia no le quedó más remedio que compartir ascensor conmigo. También quiso alejarse de mí, seguramente habría preferido estar en la esquina contraria, pero solo había hueco ante mí, y la inercia, la inercia no solo lo colocó delante, sino que su cuerpo, moreno y musculado, se vio forzado a pegarse al mío.

Sí, ya no cabía nadie más aunque siguiéramos parando en cada piso.
Su ojos intentaban perderse entre la gente, entre el techo, entre el suelo. Nervioso, Karlos estaba muy nervioso.

Y sus manos, sus manos estaban a la altura de mi paquete.

Volvimos a parar en un piso, y a pesar de que el ascensor estuviera abarrotado, una señora intentó entrar, obligándonos a juntarnos más, y más, tanto que la mano de Karlos rozó mi polla.

Sorprendido, bajé la mirada en busca de su mano y ahí estaba, tocando mi rabo sin querer.
La señora entró, aunque alguien le dijo que no cabía, ella insistió y al final se quedó, forzándonos a estar pegados los unos a los otros.

Nervioso, yo también estaba nervioso. La mano de Karlos continuaba tocando mi polla, en medio de ocho personas, y su novia. Sí, me estaba resultando incómodo pero excitante, y sin poder controlarme, comencé a tener una erección.

Morcillón, estaba muy morcillón, cuando la mano de Karlos notó que algo endurecía. Sus ojos buscaron mis ojos con inquietud, y sorpresa. Entonces quitó la mano, haciéndome sentir como un puto pervertido. Incómodo, estaba incómodo, y el ascensor, ¡joder! el ascensor parecía no llegar nunca a su destino.

Y aunque hubiese quitado la mano, y su mirada confusa amenazara con fulminarme, mi puta erección no bajó. No, siguió creciendo hasta convertirse en una durísima erección.
Sonrojado, quise pensar en cualquiera otra cosa que adormilara a la fiera, pero no había nada que fuera capaz de tanto.

Cuando lleguemos a nuestro destino, me cubro con la toalla y listo, pensaba mientras volvíamos a parar en otro piso.

Y cuando aún quedaba una planta para llegar a la piscina, la mano de Karlos volvió a tocar mi rabo.

Sí, James, está tocando tu rabo y ahora no es casualidad, me dije intentando entender qué estaba pasando.

Pero ya no cabía duda alguna, su mano no solo rozaba mi rabo, sino que, sigilosamente, usaba el dedo índice para acariciarme la polla con discreción, de arriba abajo, de abajo arriba, y vuelta a empezar.

Naturalmente su mirada no coincidía con la mía, Karlos estaba concentrado en mirar a la puerta, a los números que se iluminaban tras nuestro paso, y a su novia, a la que le dio un beso mientras su dedo recorría mi rabo atrapado en el bañador.

Cuando por fin llegamos a nuestro destino, la mano de Karlos me agarró la polla antes de salir y perderse entre la gente.

¡Joder! ¿Y ahora qué?, pensé mientras debía taparme el bultaco con la toalla.

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El Diario Sexual de James: Morbo en el ascensor
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