Exhausto de placer, y todavía con el rabo en su boca, mi presa seguía tan excitada que continuaba mamando, ahora, con mayor desesperación...
Entonces decidió desabrocharse el pantalón y sacarse la polla, una corta pero gruesa polla depilada y con pelotas pequeñas pegadas al culo, que empezó a menear como un loco sin que sus ojos se apartaran de mis ojos y mi polla no saliera de su boca.
Me mola mucho la sensación de tener el rabo relajado dentro de una boca insaciable. El calor, la humedad, la lengua juguetona que recorre cada trozo de carne como quién da un masaje excitante y morboso. Sabes que tienes el rabo metido en buen lugar, y sabes que es cuestión de tiempo que la fiera despierte con fuerza, con más fuerza de la que tenía antes.
También me encanta la otra parte. Esa en la que tienes una polla adormilada en tu boca, y mediante lengüetazos conscientes y dirigidos, buscas sentirla crecer dentro de ti. Es un momento que aunque fugaz, es casi mágico.
En cuanto el pollón empieza a crecer sabes que nada detendrá que se ponga dura, dura como una roca, tan dura y grande que ya perderás la capacidad de tragarla entera.
Sí, ese rabo toma el control y ya solo puedes adaptarte a su tamaño y grosor como buenamente puedas. Es lo bueno de comerse rabos que no son muy grandes. Cuando por fin crecen y están tiesos, puedes seguir manejándolos a tu antojo sin que se salgan de tu boca.
Mi fiera no necesita mucho para alzarse, pero mi presa no debía contar con ello, que sorprendido, sus ojos se abrieron en cuanto notó que se endurecía por segundos, y escapándose rápidamente del poder de su boca, acabó chupándome el capullo, deslizándome el prepucio suavemente de arriba abajo.
Incapaz de controlar mis impulsos, tuve que agarrarme de su cabeza y follarme su boca con fuerza, sin importarme el chapoteo ruidoso que estaba provocando con mis embestidas. Sin importarme que mi presa tuviera que sacarse el pollón después de que éste rozara su campanilla.
Mi presa tosió, asfixiada.
Pero volvió a llevarse mi rabo a la boca con mucho apetito.
Y otra vez, guiado por mis instintos, conduje las manos a su cabeza y volví a follarme su boca con fuerza, hasta que nuevamente se la sacó, tosió, y respiró hondo antes de iniciar la maniobra que llevaría mi pollón a su boca.
Excitado, aproveché para sacársela y propiciarle algunos pollazos que también resonaron en medio de los probadores.
La gente parecía ir animándose a comprar, cada vez se apreciaban más tíos entrando y saliendo de los probadores.
¿Nos estarían escuchando? ¿Podrían estar intuyendo lo qué pasaba detrás de la cortina?
En ese momento de éxtasis máximo me daba igual. De hecho, la idea me ponía el rabo todavía más duro.
Le saqué el rabo de la boca prohibiéndole que siguiera mamando, pero él quería más, y sus amagos por llevársela a la boca eran constantes. Entonces le indiqué que se levantara.
Tenía un rabo bastante apetecible, de esos que parecen una golosina que puedes tragar sin dificultad. Sin embargo no me apetecía perder el tiempo. Sabía que mi presa estaba a punto de caramelo, que cualquier mínimo roce podría provocar la salida de su leche. Su rabo, humedecido por el precum, deseaba expulsar la leche calentita que había ido acumulando en esas pequeñas y depiladas pelotas.
No, todavía no podía correrse.
Le bajé el pantalón junto al calzoncillo y le di la vuelta. Su rostro, pegado al espejo enterizo del probador, buscaba mi rabo en el reflejo. Sí, quería ver cómo mis 22.5 centímetros de carne dura perforaban su culito depilado y resultón.
Y yo quería hacerlo.
Entonces conduje mi rabo entre sus nalgas, y apenas le metí la punta cuando sus gritos casi inundaron el probador de ropa. Rápido y preocupado, llevé la mano hasta su boca. Su vaho caliente empapaba la palma de mi mano mientras mi pollón se abría paso entre ese prieto y cerrado, muy cerrado agujero.
Con los ojos entrecerrados, mi presa gemía de dolor y placer mientras su culo se contraía y relajaba por momentos, como si no quisiera recibir mi pollón, como si no quisiera que se lo sacara.
¡Me estaba poniendo a mil!
Cuanto más se resistía, más se dejaba penetrar. Igual que sus gritos, a veces los intentaba reprimir, otras dejaba que salieran sin importar nada. Cachondo, mis embestidas iban a más, y más, y ya no solo se escuchaban sus intentos por guardar silencio, sino la fricción que provocaba mi rabo en su delicado agujero.
Con una mano tapando su boca, con la otra sujetándolo por la cintura, y con mi rabo entrando como si nada en su culo, me sentía poderoso y excitado, tan excitado que solo podía mirar su cara de gusto a través del espejo.
Ignorando los sonidos de sexo que inundaban nuestro probador, más el regalo que su culito me estaba dejando en el rabo, cuando pude darme cuenta, mi gran trozo de carne prácticamente había sido engullido por su agujero y sus nalgas.
Entonces jadeé, imposibilitado para disimular, mientras mi leche petaba las entrañas más profundas de su culo. Su rabo, sin que nadie lo tocara, comenzó a expulsar lefa como un loco, manchando suelo y espejo con cada chorro de leche que salía a presión con mis últimas embestidas.
Exhausto, dejé mi rabo dentro.
Me encanta esa sensación. Oh, sí, correrte y no sacarla, sentir cómo poco a poco la fiera se relaja hasta que finalmente la sacas. Me encanta, y no la saqué, aunque corría el riesgo de que endureciera volviendo al ataque, la dejé dentro, quieta y relajada.
Cuando la saqué, manchada de sangre y otro regalito, el agujero prieto y cerrado ahora yacía abierto, tan abierto como el grosor de mi rabo. A pesar de la sensación de asco que me invadió, ver su agujero así, me animó a volvérsela a meter, pero debía irme. Todavía no había comprado nada, y Lara y Khaled me esperaban.
Por lo menos había conseguido templar los nervios para mis futuros reencuentros.
Y gracias a eso, porque lo que se me venía encima era grande, muy grande.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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