"¡Qué va, tío! Soy activo" decía

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Lo tenía a mi lado, provocándome. Su presencia, su actitud, su físico, su rabo… Me sentía con un hambre voraz incapaz de saciarme. Cerca...

Lo tenía a mi lado, provocándome.

Su presencia, su actitud, su físico, su rabo… Me sentía con un hambre voraz incapaz de saciarme. Cerca, muy cerca de mí, solo podía conformarme con observarlo con cautela mientras el deseo por hacerme con él iba creciendo a cada segundo.

Ya no podía pensar en nada. Ya no podía resistir más las ganas de abalanzarme sobre él y devorarlo, pero debía contenerme, seguir esperando que el baño del centro comercial se despejara.

   — Vamos a un cubículo—le dije después de que mi pollón empezara a expulsar precum como un loco.
   — No. Aquí estamos bien—contestó, tajante.

A Giuseppe le daba morbo reprimir las ganas. Depender de los momentos de soledad para dar rienda suelta a la pasión. Disfrutar del morbo con cada rato libre, aunque solo durara unos segundos. 

Sí, desconocer el tiempo que tendríamos para tocarnos convertía cada instante en un momento único e irrepetible. De hecho, por poder, podría pasar bastante tiempo sin que mi mano se hiciera con su rabazo italiano.

La incertidumbre solo conseguía aumentar mis ganas de él. Y él, él se mostraba frío y paciente a pesar de que su polla estuviera tan dura como una roca, ¿estaría sufriendo tanto como yo?

También disfrutaba provocándome, y cuando todavía había gente en el baño, se agarraba el rabo con disimulo y daba pollazos al aire. Sí, Giuseppe sabía que no podía tocarlo, sabía que solo podía fantasear con la idea de recibir sus pollazos en mi boca y en mi lengua. Sabía que me estaba poniendo a mil. Sabía que en cuanto nos quedáramos asolas me comería su polla con desesperación.

Y lo hice.

El señor que nos había interrumpido estaba de espaldas a nosotros usando el secador de manos. Después, abandonaría el baño. No tenía por qué volver la mirada hacia los urinarios. Sin embargo me quedé esperando, cachondo, muy cachondo, pero Giuseppe llevó su mano hasta mi polla, y rápidamente, sin guardar la discreción que lo estaba caracterizando, comenzó a meneármela fuerte, muy fuerte.

Y mi mano se hizo con el control de su rabo.

Ansioso y excitado, empecé a cascársela con las mismas ganas con las que él me pajeaba. Entonces la puerta del baño se cerró. Estábamos solos, y para celebrarlo me incliné en busca de su pollón moreno oliendo a pollón de macho y precum y me lo metí en la boca. 

Y como si un reloj de arena nos marcara el tiempo, aproveché los segundos de soledad para satisfacer mis anhelados deseos haciéndome con el poder absoluto de su polla.

Conducido por mis instintos más insaciables no paré hasta sentir su capullo rozando mi garganta. Mientras tanto, con una mano fui en busca de sus pelotas. Descubrir que las tenía grandes, gordas y depiladas me volvió loco, loquísimo. Con la otra fui directa a sus nalgas, necesitaba palparlas con mis manos, estrujarlas fuerte. Lo quería todo de él, necesitaba explorar cada rincón de su cuerpo.

Y otra vez la puerta se abrió. Y otra vez tuve que volver a simular que tan solo meaba, pero estaba cachondo, muy cachondo, necesitaba sentir su leche y que la mía saliera expulsada.

   — Quiero follarte—dije susurrante, sin apartar la mirada de mi rabo.
   — Solo soy activo—contestó tras unos segundos guardando silencio—. ¿Y tú?
   — Yo también, pero estoy tan cachondo que si me dejas follarte dejo que me folles.
   — ¡Qué va, tío!—añadió tras pensárselo brevemente—. ¡Muy grande!—mientras miraba mi polla.
   — Estoy que exploto, tío. Déjame meterte la punta, ¡venga!

En cuanto nos quedamos asolas me dirigí a unos de los cubículos con él de la mano. En principio dudó, pero terminó aceptando. Supongo que al igual que yo, estaba tan cachondo que no podía permitirse otro parón de minutos. No, ya era mucha leche acumulada necesitando salir. Ya no podíamos esperar más para petarnos de lefa.

Sin embargo, al llegar hasta la puerta, se quedó paralizado el par de segundos que le di antes de agarrarlo por la camisa y conducirlo hasta mí. Luego cerré y lo abordé con contundencia.
Y sin darle tiempo a nada, mi boca empezó a comerse su bonita boca. Salvaje, muy salvaje, mi lengua buscaba su lengua mientras mis dientes mordisqueaban sus labios. Su vaho, su saliva, todo en él ardía tanto sino más que yo.

Entretanto mis manos localizaron sus pronunciadas nalgas, ocultas por unos calzoncillos negros lo suficientemente sueltos como para que mis dedos no tardaran en recorrer su depilado culo. Pero quería más, mucho más. Entonces sus pantalones y calzoncillos acabaron en los tobillos.

Mis dedos recorrieron sus nalgas en busca de su agujerito, y aunque deseé palparlo y meterle algún dedo, preferí darle la vuelta antes de que cambiara de parecer.
Giuseppe tuvo el amago de resistirse, pero puse mi rabo entre sus nalgas y la dejé ahí, quieta, mientras rodeaba su cintura en busca de su rabo, y mi boca se comía su cuello, su oreja, y mordía su cachete con mucha delicadeza.

Sí, mi presa estaba preparada, y yo también.

Despacio, muy lentamente, comencé a sentir el calor inconfundible de un prieto culito hacerse con el cabezón de mi rabo. Ahora vendría la presión, esa indescriptible presión que estruja el rabo cuando intenta abrirse camino, pero Giuseppe me interrumpió.

   — La punta, eh. Solo la punta, tío.
   — Sí—susurré.

Deseaba decirle que estaba tan cachondo que solo quería llenarle el culo de leche, que no me hacía falta meterle mucho más que la punta, porque en efecto, solo la punta sería suficiente para saciarme. 

Sí, esa era mi intención, pero en cuanto su culito se fue abriendo paso, en cuanto mi cabezón navegó estrujado por su prieto agujero, ya no pude parar, ya no era dueño de mis movimientos. Mi rabo mandaba, y ahora no pararía hasta perforar el estrecho culo del camarero italiano.

Giuseppe gemía, gemía como un loco.

Cachondo, muy cachondo, lo embestí con fuerza una y otra vez, una y otra vez, mientras mi mano meneaba su rabo, y el vaho caliente de mis gemidos inundaban su oreja. Entonces su leche salió dispara, recorriendo mis dedos con lentitud. 

Caliente y espesa, su leche se había quedado repartida por mi mano y mis dedos bajo sus jadeos intensos de dolor y placer. Y sin dejar de embestirlo, y sin que mi polla escapara de su culo, llevé mis dedos lefados por el italiano hasta mi boca y lamí mientras continuaba follándomelo con tanta fuerza que más de la mitad de mi rabo yacía dentro de él.

Agria y amarga, lamí y relamí todos mis dedos hasta dejarlos sin una gota de la leche italiana. Pero quería más, mucho más, y sin dejar de follármelo conduje nuevamente la mano hasta su rabo en busca de más leche. Y ahí estaban, las últimas gotas atrapadas dentro de su prepucio.

En cuanto terminé de limpiar mis dedos con el último rastro de su lefa, devolví las manos a su cintura y lo embestí una y otra vez, una y otra vez, hasta que su culo se tragó toda mi leche. 

Exhausto de placer, me quedé esperando recobrar el aliento con mi rabo aún dentro de su culito, pero habíamos acordado que primero me lo follaba yo, y luego él. Y aunque creí que ya habíamos terminado la sesión de sexo, el italianini volvía a tener su pollón duro, y sí, quería cumplir con el acuerdo.

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