Atrapado en el ascensor, con una erección de caballo y la toalla escondiendo el bultaco, me quedé paralizado observando cómo Karlos se per...
¿Pero qué cojones acababa de pasar?
Llevaba prácticamente toda las vacaciones fijándome en Karlos, seducido por su masculinidad, su cuerpo moreno y definido, sus piernas en forma y tatuadas al completo, sus bañadores ajustado marcando paquete y un culo duro como una roca. De pelo rapado, ojos marrones, pestañas largas y sonrisa seductora, Karlos me ponía la polla dura y el corazón a mil por hora.
Desde nuestro encuentro en la sauna temía cruzarme con él. De alguna manera había conseguido que me sintiera culpable, sucio, y un puto pervertido. Si bien es cierto que en ningún momento hablamos, también lo es que cuando dejó que su polla se alzara a mi lado, y que mi mano, atrevida como ella sola, se echase encima de su pollón hasta liberarlo y conducirlo a mi boca, él se dejó, jadeó, incluso se preocupó de agarrarme la cabeza para que su rabo no escapara de mi hambrienta boca.
¿Por qué no quiso terminar? ¿Por qué me miró con cara de asombro mientras su rabo continuaba duro y él salía a toda prisa de la sauna? ¡Joder! ¿Por qué me toca la polla, literalmente hablando, en medio de ocho personas, incluida su novia, y en un puto ascensor?
A pesar de todo esto, todavía seguía sin tener claro sus intenciones.
¿Quería tema? ¿Una mamada? ¿Chuparme el rabo? Tal vez… ¿un trío con su novia?
Cuando tienes toda la sangre que bombea tu cuerpo concentrada en la punta de la polla, poco puedes pensar ya. Por lo menos en mi caso, mi polla siempre manda. Ella tiene el control, y ella decide cuándo, dónde y con quién desea liberar tensiones. Y ahora había elegido a Karlos. Sí, Karlos debía ser y sería mi próxima presa.
Como buen cazador, primero tuve que despejar la mente. Ir de cacería con la polla dura viene siendo cómo ir al supermercado con la barriga vacía, cualquier cosa te puede valer para satisfacer tus ansias. Y no, mi leche estaba reservada.
Tras una larga y agonizante espera, sentado en una hamaca, con la toalla ocultando mi erección, y bajo el agobiante calor del sol, conseguí que mi polla se relajara y entrara en reposo. Entonces pude darme un baño refrescante en la piscina mientras acechaba a mi presa, haciendo vida heterosexual junto a su novia.
Sí, reconozco que verlo con ella e imaginar su pollón largo, moreno y encapuchado, penetrándola, me ponía cachondo, muy cachondo. Karlos tenía que ser mío, y lo sería, claro que lo sería.
Esperé, impaciente, a que la sombra de su novia desapareciera de su lado mientras nuestras miradas se cruzaban de vez en cuando. ¿Estaría atento a mí? ¿Estaría preocupado por mi presencia? ¿Estaría… estaría esperando el momento?
Su apariencia chulesca me desconcertaba.
Seguía creyendo que en cualquier momento podría dirigirse a mí para decirme algo así cómo: ¿Qué cojones estás mirando? Y después me regalara una hostia monumental en medio de la piscina, de los turistas, y de mis padres.
Sí, quizá debería olvidarme de Karlos.
Aproveché la soledad del jacuzzi para darme un baño relajante de burbujas. Mañana volvería a casa, a la rutina, y aunque no era tan mala idea, sentía cierta nostalgia. Al fin y al cabo aquí había conseguido vivir experiencias sexuales muy morbosas.
Sintiendo los chorros a presión en el culo y en las pelotas, la erección de mi rabo no se hizo esperar. Relajado y cachondo, disfrutaba del momento mientras el recuerdo de Khaled llegaba a mi memoria.
Nunca me había planteado tener una relación estable. Lo más parecido a eso fue lo que tuve con Lara y me agobié, ¿me agobiaría si fuera con un chico? ¿Si fuera con Khaled? ¿Estaría preparado para tener novio?
¿Novio?
¿Novio?
¿Qué significaría tener novio?
Embelesado con los chorros, los ojos cerrados, y la mente viajando lejos de aquí, la gente entraba y salía del jacuzzi sin que reparara en ellos. Sí, estaba tan relajado que tampoco reparé en Karlos y su presencia, al menos hasta que sentí cómo una pierna se rozaba con la mía.
Aún así, no le di importancia.
Pero esa pierna, otra vez, se rozaba con la mía, y esta vez, para quedarse pegada. Entonces abrí los ojos y lo vi. Mirando al frente, como si no nos conociéramos, como si nada nos hubiese unido antes, su pierna tatuada continuaba junto a la mía.
Su novia no estaba, y solo un señor mayor compartía jacuzzi con nosotros.
Comencé a ponerme nervioso, muy nervioso, y en un intento por acomodarme, sin querer, mi pierna se alejó de la suya unos centímetros.
¡Mierda, mierda!
Deseaba aventurarme y volver a rozarme con él, pero me daba vergüenza, mucha vergüenza.
Pero el señor se fue, y la pierna de Karlos volvió a rozarse con la mía.
¿Quería algo conmigo? ¿Saldría huyendo si daba el primer paso?
Paralizado, solo podía mirar a mi alrededor. Estábamos solos. Absolutamente solos, y los tatuajes de sus piernas se apreciaban con cierta claridad dentro del agua turbia del jacuzzi.
¡Hazlo! ¡Hazlo, James!
Y mi mano se dejó caer sobre el muslo de su pierna derecha, quedándose quieta, como si no buscara tocarlo, como si hubiese sido un accidente, como si no fuera consciente de que lo estaba tocando.
Pero Karlos permanecía quieto, mirando al frente, relajado y disfrutando de los chorros, y quién cojones sabe, quizá también de mi compañía y de mi mano. Con un movimiento lento, no sé si intencionado o no por su parte, mi mano, que estaba quieta sobre su muslo, acabó encima de su bañador, cerca, muy cerca de su rabo.
Sorprendido, miré para él, pero su actitud continuaba siendo la misma: mirada al frente, e indiferencia.
Me puso a mil, aunque me invadía la misma sensación de incertidumbre, ¿sabría que mi mano estaba ahí? ¿Quería que mi mano estuviera ahí? ¿Cuál debía ser el siguiente paso?
En medio de un estado de absoluta incredulidad y excitación, permití que mi mano llegara hasta su paquete, una vez más, como si no fuera ese mi propósito. Con miedo a su reacción, la dejé ahí, sintiendo su erección, aunque lo suficientemente intimidado como para palpar con libertad.
¿Qué hago?
¿Qué hago?
Cachondo y excitado, continué con mi mano sobre su paquete mientras planeaba el siguiente paso, pero la sesión de chorros acabó, obligándome a quitar la mano de su bultaco e iniciar una nueva.
Sin saber si debía devolver la mano a su paquete, la dejé caer disimuladamente sobre su muslo, y guiado por mis instintos, y por mi pollón empalmado que me daba órdenes estrictas, acabé llevando la mano a su rabo.
Karlos continuaba mirando al frente, indiferente.
Y cuando creía que estaba siendo atrevido y descarado, Karlos me sorprendió llevando su mano hasta mi mano, agarrándola suavemente, y metiéndola dentro de su bañador.
Incrédulo y cachondo, muy cachondo, empecé a tocársela con delicadeza, temeroso de que le diera otro de esos arrebatos donde se iba y me dejaba tirado, pero no, no solo me estaba dejando que le meneara el rabo, sino que se dirigió a mí para invitarme a los baños más cercanos, a solo unos metros, aprovechando que los únicos que estaban se habían metido en la sauna.
Cardiaco y con el rabo notablemente empalmado, lo seguí.
Sin hablar, como si nada nos uniera, Karlos estaba mojado, con la polla al aire, dentro de una de las duchas. No era como los del gym, este tenía puerta, y la cerré en cuanto entré, antes de acuclillarme ante él.
Con mis manos agarradas de sus piernas tatuadas, su polla entraba en mi boca lentamente, al ritmo de sus caderas, que anhelaban follarme fuerte, muy fuerte. Con sus ojos cerrados, parecía disfrutar como nunca de mi boca.
Mis manos acariciaban sus piernas y sus muslos, y no tardaron en dirigirse a sus nalgas, duras como mi rabo, y estrujarlas con todas mis fuerzas. Quería más, quería comérmelo entero, y guiado una vez más por mis instintos, le bajé el bañador. Ahora sus nalgas duras, blancas y depiladas estaban siendo estrujadas por mis manos, que cachondo, usaba para embestirme la boca una y otra vez, una y otra vez.
Karlos gemía en silencio, e intentaba clavarme su pollón, de al menos diecinueve centímetros, en la garganta, pero me resultaba incómodo, y me provocaba arcadas. De modo que usé una de mis manos para sujetársela e impedir que su cabezón llegara a mi garganta.
Quería más, mucho más, pero Karlos estaba tan excitado que sin verlo venir, su leche empezó a petarme la boca expulsando un chorro tras otro, y tras otro.
Exhausto, escuchando su respiración acelerada volviendo en sí, Karlos sacó su rabo de mi boca todavía duro y con una gota de lefa en la punta. Excitado, se la limpié de un lengüetazo.
Entonces me puse en pié y me saqué el pollón.
Karlos me la miró con sorpresa, y aunque parecía que no tenía intención alguna en bajarme la erección, finalmente llevó su tímida mano y empezó a meneármela con fuerza.
— ¡Chúpamela!
— No… yo… no—titubeó.
Y siguió meneándomela.
Cuando me propuse disfrutar con su mano de macho meneándome el rabo a pesar de que no lo hacía bien, su boca me sorprendió, tragándose el cabezón con mucha timidez, como si deseara hacerlo pero no se atreviera.
¡No me vas a dejar con las ganas! Me dije dispuesto a darle a probar mi leche. Y lo hice, cachondo, muy cachondo, mi lefa salió disparada, y aunque se quitó, se le quedaron restos en los labios.
Enseguida recuperé el control de mi rabo, y meneándomela fuerte, terminé por lechear el suelo del baño mientras Karlos me miraba.
Volví a la piscina poco satisfecho. Había sido todo muy morboso, y Karlos estaba tan bueno que valía la pena chuparle la polla sin recibir nada a cambio, pero que dejara de chupar y menearme el pollón en medio de la explosión me había cortado un poco el rollo.
También me envolvió cierto sentimiento de culpa en cuanto la imagen de Khaled y todo lo vivido con él llegó a mi mente. Sí, me sentía raro y confuso.
Cuando llegué a la habitación tenía un mensaje suyo en el móvil que provocó que ese desagradable sentimiento de culpabilidad que nunca había sentido con tanta intensidad, se hiciera más poderoso si cabe.
— Hola pequeñín, ¡Tenemos que hablar!
- [message]
- ##check## ¡ADVERTENCIA!
- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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