Un cuerpo bronceado con las marcas del bañador es un cuerpo desnudo insinuando no estarlo. ¿Puede haber algo más excitante? Me encanta ...
Me encanta el verano. La gente está cachonda, con la autoestima alta y la libido por las nubes. Y en la piscina o en la playa se puede disfrutar viendo cuerpos que en cualquier otro momento solo verías en la intimidad.
Me las ingenié para ir solo a la playa. El recuerdo de Khaled follándome bajo el sol me obligaba a masturbarme continuamente. Quería repetir, quería sentir el calor del sol acariciándome las pelotas y el rabo. Quería sentir los nervios de follar al aire libre, bajo el sol y la atenta mirada del mar, y quizá la de otros bañistas, invadiéndome como lo había hecho el rabo, grande y moreno, de Khaled.
La playa, una cala desierta de arena rubia y mar azul, con inmensos acantilados que la esconden de los turistas, era el lugar idóneo para los amantes del nudismo. Los cortavientos circulares construidos manualmente con piedras dotaban a los bañistas de un trocito íntimo en la playa. Había por lo menos diez, separados unos de otros por dos o tres metros de soledad, y arena.
Fascinado por el paisaje de isla desierta que regalaba la cala, mi rabo se animó en cuanto llegué gracias al sinfín de aventuras sexuales que se me pasaron por la mente en apenas un segundo. Podía imaginarme follando en cualquier parte: en el agua, en la orilla, en medio de la playa. Sí, se respiraba libertad y mi ropa ya empezaba a pesarme como una condena.
Solo tres de los "apartamentos privados" estaban ocupados. Nervioso, los fui recorriendo todos hasta llegar al elegido. Según pude ver, en el primero de todos había un señor mayor, desnudo. En otro, dos más alejados de él, una pareja heterosexual de más de cuarenta años. Y en otro, dos pibes jóvenes, no sé si amigos o pareja, pero ambos estaban desnudos y boca abajo, y solo pude saber de ellos que tenían unos culos espectaculares. El siguiente círculo sería el mío. Desde su interior solo tenía vistas al mar, y la sensación de privacidad era absoluta. No solo podría hacer nudismo y masturbarme, también podría follar salvajemente sin que nadie se enterase.
Me empalmé.
Desnudo, lo primero que hice fue tumbarme sobre la toalla y disfrutar del silencioso murmullo de las olas. Con el rabo duro, y el calor del efecto sauna del cortavientos circular de piedras, no tuve más remedio que ir al agua. De pie, con vistas al tranquilo y paradisíaco mundo que me rodeaba, parecía que estaba solo en la playa. Sin dudarlo, pero con un atisbo de vergüenza, me dirigí en bolas y empalmadísimo al agua. Sí, en el fondo deseaba que las pocas personas con las que compartía playa se levantaran en ese momento y vieran mi majestuoso rabo alzado. Pero entré y salí sin ser visto, y volví a mi "apartamento privado" más cachondo aún si cabe después de haber estado jugando con mi rabo en el vaivén de las olas.
No aguantaba más, necesitaba disfrutar de mi verga empalmada. Tumbado, con la polla alzada a los cielos, empecé a tocarme suavemente, muy excitado. Pensaba en Khaled, en cómo me había penetrado. También en David, en su rabo gordo atravesando a la fuerza mi culito prieto. Imaginaba sus culos, vírgenes y cerrados, dándole paso a mi pollón.
Usando la mano izquierda para menear el pollón con suavidad como si de otra mano cualquiera se tratara, llevé la derecha a mis pelotas y mi culo. Cachondo, muy cachondo, humedecí el dedo índice con mis babas, y por primera vez en mi vida, lo conduje de vuelta a mi culo hasta introducirlo lenta, muy lentamente.
Gemí, gemí bajo el calor del sol y el sonido incesante de las olas.
Y mientras mi dedo índice se adentraba en mi culito, mi mano izquierda bombeaba mi rabo. Una sincronización perfecta que prometía, prometía llevarme al éxtasis.
Concentrado en el placer que me estaban proporcionando mis manos, perdí la noción del espacio y el tiempo. Mi dedo cada vez estaba más adentro, mimetizado ya con mi agujero. Mi capullo más y más hinchado, y mi dedo más y más dentro, y más.
Excitado, y permitiéndome jadear interrumpiendo el silencio, exploté, exploté hasta cinco chorros de leche a presión. El primero manchó mi pecho, el segundo llegó hasta mi barbilla y mis labios, el tercero lecheó mi barriga, y el cuarto y quinto recorrieron mis 22.5 centímetros de carne dura en una carrera lenta y excitante.
Consumido por el placer, quedé inmóvil sobre la toalla, lefado de arriba a abajo, y con mi polla negándose a entrar en reposo. Sudado y lecheado, me mantuve quieto, esperando volver en sí, bajo el caluroso sol del verano. Al menos hasta que alguien ocultó el sol con su presencia.
Sorprendido, abrí los ojos y lo vi. Era joven, guapo, y sonreía tímidamente mientras me observaba desnudo, con el rabo morcillón, y toda la corrida esparcida por mi cuerpo.
Sí, este día de playa solo acababa de empezar.
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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