A menos de un mes para terminar el curso, los de mi clase habíamos planeado un fin de semana en la casa de campo de una amiga. Con pisci...
A menos de un mes para terminar el curso, los de mi clase habíamos planeado un fin de semana en la casa de campo de una amiga. Con piscina y barbacoa, solo faltaba un gran suministro de alcohol para reventar la soledad del monte.
Solo había un inconveniente: Lara M también asistiría.
Iniciamos la fiesta con una ronda de chupitos, y con otra, y con otra, y en menos de cinco minutos ya teníamos una botella vacía y un buen pedo. Tocaba dar rienda suelta a nuestra imaginación, dejar que las hormonas nos guiaran. Con una baraja de cartas y la botella, ya teníamos todo para empezar el juego.
Primero se levantaba una carta: el número indicaría los segundos. Luego haríamos girar la botella: la boca y el culo de la misma elegiría a quienes tendrían que besarse.
El intercambio de saliva fluyó sin distinguir orientación sexual. Es cierto que nos distribuimos para favorecer los besos entre chica y chico, pero éramos trece personas, de los cuales cinco eran chicas.
Cuatro segundos y Catalina.
Diez segundos y Marcos.
Un segundo y Elia.
Seis segundos y Adán.
Tres segundos y David.
Y ya tenía problemas para disimular la erección de caballo que azotaba mis pantalones.
Nunca me había besado con un tío, y aunque los besos con ellos debían ir marcados por las risas y la falta de deseo, en cada segundo que tuve para intercambiar saliva, las ganas de meterles la lengua y enroscarnos en un beso sinfín hacían difícil disimular que no estaba disfrutando.
Preocupado por mi erección y por la posibilidad de que todos descubrieran cuánto me habían gustado los besos con los tíos—sobre todo los diez segundos con Marcos, y los tres con David—corrí hacia Lara M y le comí la boca como nunca se la había comido.
— ¡Joder con el trespiernas!
— Sí, sí, míralo, ya está too contento.
Y se reían. Y yo con ellos.
— Como te la meta por la boca te la saco por el culo—le dije a Marcos entre risas.
Aunque imaginar mi rabo en su boca me ponía cachondo, muy cachondo.
Calientes, nos metimos en la piscina.
Desinhibidos, los chicos saltábamos al agua enseñando los culos. Algunas tías, como Catalina y Elia, una vez en el agua, se habían quitado la parte de arriba como si enseñar las tetas y poner cachondos al personal fuera un juego, aunque lo era.
En una esquina de la piscina, David y Catalina se enrollaban dando la impresión de que en cualquier momento se iban a poner a follar delante de todos.
Entonces Catalina me llamó. Abrazados, el rabo de David, duro como una roca, se apreciaba grande y gordo a través del bañador. Las tetas de Catalina no estaban nada mal, de hecho eran, con total acierto, las tetas más grandes de la fiesta, y sus pezones parecían dos chupas pidiendo bocas.
— Creo que a tu novia no le hizo gracia que nos tocara besarnos—dijo mirando a Lara con chulería, como si supiera que podría tenerme entre sus piernas si quisiera.
— Nah, no es mi novia.
— ¿No?
— Nos enrollamos, solo eso.
Sonrió.
— Así que el trespiernas.
— Eso dicen.
— Habría que verla. Estoy segura que David la tiene más grande.
Sonrió mientras conducía su mano a través del agua rumbo al paquete de David. Lo acarició, metió su mano en las bermudas rojas que escondían su polla, y la sacó, dejando un rabo grande, no tanto como el mío, pero grande y gordo, muy gordo, más gordo que el mío y que cualquiera que hubiese visto.
Me puse muy cachondo.
David era uno de los guaperas del instituto. Moreno, ojos marrones y labios gruesos, su estilo macarra triunfaba entre las féminas. De espalda ancha, sus dragones y budas tatuados le hacían parecer mayor.
Catalina aprovechó mi erección para, con su otra mano, repetir el mismo proceso, dejando, también, mi polla fuera del bañador. Excitada y con mucha discreción, nos la meneó a la vez durante unos minutos.
— ¿Y si vamos a mi habitación?
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- Aunque son independientes, los relatos se complementan. ¡No te pierdas ninguno!
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